Relatos cortos Madrid  24 oct 2021

Detras de un cristal - Cuento fantastico

Como si recorriera un antiguo álbum de fotos.

En mi primer recuerdo, él estaba sentado fumando con la pierna cruzada llevaba un pantalón azul, la silla de madera quedaba vagamente desdibujada por el humo.

Desde su alta mirada me dejó caer esa sonrisa de dientes simétricos y labios carnosos, mientras me miraba hizo dos o tres gestos de alegría contenida. Gesticulaba a punto de decirme algo pero parecía como si un cristal nos separara.

Después de eso hay una nube, una niebla o mejor: un vacío, como unas páginas vacías. Ahora veo desde abajo, sus ojos casi asiáticos, su cara roja, su exagerada risa silenciosa y sus brazos en alto: está a punto de decir algo pero de nuevo siento que caigo. Todo continúa en silencio.

Mi tercera imagen de él está llena de olores: café, tabaco, colonia de lavanda, estamos muy cerca, sus brazos me rodean por completo y su cara junto a la mía parece susurrar una canción de cuna.

En sus ojos que me miran siempre con curiosidad no hay ninguna pasión, siento en mí sus ojos que no quieren decir nada, sencillamente miran.

En otras imágenes de mi memoria, lo veo apartado de mí, junto al fuego y junto al agua haciendo algo con sus manos. Me mira y sonríe crepitan las llamas y suena el agua al correr pero a él no lo escucho. Ha tenido desde siempre un nombre que he visto escrito muchas veces pero nunca he escuchado su pronunciación, como si tuviera un lenguaje únicamente escrito, inaudible.

Tengo en la piel la memoria de su tacto, la fortaleza de la presión de sus manos en las mías, en los ojos el destello de una luna inconclusa robada de una noche mustia. Cierta foto amarillenta de nosotros dos que yace en el fondo de un cajón de madera que el mismo hizo.

Las primeras veces que salimos juntos caminaba detrás de mí, yo descubría su mundo frío con mis ojos cálidos, no podía verlo pero escuchaba la seguridad sus pasos a mi espalda y una tonada que silbaba muy bajito.

Aprendí de él la fascinación de los espejos que a su vez el descubrió en un libro que trajo del sur, recuerdo que en las tardes jugaba con espejos, prismas y luces como quién juega al solitario con la baraja, o cuida sus plantas del jardín, siempre en silencio consigo mismo.

Sobre la mesa de madera de cerezo, la armónica, la flauta dulce o la flauta traversa hoy me traen el recuerdo de su simple soledad; melódicos instrumentos que llevaba consigo y animaba en medio de un campo junto al arroyo o bajo la sombra de un árbol.

El último recuerdo es como una página arrancada, tiene picos y tozos de colores: estoy en el agua tibia, el ambiente es muy luminoso, el sol entra por la ventana y inesperadamente él entra, tropieza y pierde el equilibrio delante de mí, y en completo silencio, cae a mis pies con una herida mortal en la cabeza quedándose inmóvil.

El agua que salía por el grifo a borbotones me sigue recordando la antigua metáfora del tiempo. Desde entonces tengo miedo.



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