Los mejores olvidos

Los mejores olvidos

Cabello oscuro, música en la mirada, sorpresa en la voz y unas manos que aprenden despacio con la persistencia de una abeja.

Tendida en la cama del hospital me mira con ternura, sé que no está enferma pero aun así pasarán dos días antes que se levante con normalidad.

Sus amigos y amigas han venido a verla, se resbalan los nombres las anécdotas, los dulces de chocolate que tanto le gustan. En presencia de sus amigos que apenas conozco, me toca con el asombro de quién descubre el fuego, casi con rubor intuyo que teme hacerme daño.

Después del hospital nos vemos a diario para comer. Muchas veces, después de comer dormimos una siesta, siempre duermo más que ella no sé cómo lo hace. Después de la siesta jugamos a los juegos que ella inventa para mí, no hay reglas en sus juegos, ha inventado colores, sonidos y palabras que voy aprendiendo y me ha construido un universo mágico.

Me gusta su olor humanamente limpio fragante de jabones y perfumes de albahaca y menta como las burbujas del baño que me da al caer la tarde y después de un paseo por la ciudad.

En su cuarto de baño la luz de una gran bombilla calienta el aire me siento en la bañera jugueteando con el agua mientras ella canta y me va mojando despacio con una esponja enorme puedo verla reflejada en el espejo junto a la bañera siempre alegre la cabeza inclinada sobre mi espalda y aunque el cabello negro le cubre la cara, siento su aliento en mi cuello, esa caricia inconsciente nos une un poco más.

Presiento que estos serán los mejores meses de mi vida pero es inevitable olvidarlos solo me quedará una sensación como la alegría de quién despierta de un maravilloso sueño que ha olvidado.