Poesía Madrid  29 sep 2021

Soledad oceánica...

Contemplar, pensar y escribir: que las calles vuelven a estar igual de llenas. Después de unas merecidas vacaciones, nuestra vida, presenta la misma imagen descolorida, sin importar el lugar desde donde se mire. Sentarse, observar y lamentar: que hemos vuelto a tirar nuestro tiempo. Que sólo más tiempo es lo que tanto esperábamos durante meses. Tantos sueños de cambios definitivos, de entendernos de una vez a nosotros mismos entre facturas. Anudando la corbata al palo de la sombrilla. Quien a sí mismo se vence, a nadie teme. Pero ha pasado otro año más, lleno de nadas, vacío de todos. Repleto de impaciencias. Escaso de calmas. La única manera de soportarlo, es darnos de una vez ya cuenta, de que hasta todo lo volátil, nuestras vidas, dejan crías como un águila en su nido. De que las huellas de pisadas en la arena de la playa más hermosa, en seis horas de viaje son ahora como heridas de frenazos arañando...caucho seco, más oscuro, que resalta, sobre asfalto azabache de autovía. Sé que todo es cambio y que nada permanece, me lo dijo alguien que vivió siglos atrás, pero esto fue real, mírate ahora: tu piel está manchada de arena y de aceite. Nunca te has bañado dos veces en las mismas aguas. Hace tan sólo dos soles, en aquel hotel cerca del mar los lugareños me observaban, mascullaban y bebían vino blanco...“y se fue gris”. Murmuraban con alientos fétidos de alcohol y de tedio, su hastío en balbuceos de una soledad oceánica. Les juré que vi uvas pisadas en las cunetas... Sonrieron a mi locura urbanita. “Estos de ciudad...” pensaron. Curtidos por la aponía ante los inviernos del norte, es normal que nunca me creyeran, pues quise cortar sus flores como si fueran mías, y escaparme en las noches húmedas para probar su belleza. Y tan sólo unas horas después, estoy de vuelta de todo, y me siento culpable bajo el mismo semáforo, en la misma calle, andando en los mismos zapatos brillantes. Respiro el humo de la cotidianeidad, aspiro una gran bocanada, y ya que todo es momentáneo y negro, a la par que eterno y cromático, voy a ser todavía más ingenuo y voy a emborracharme de carbón una vez más. Llevo un ramo de brotes marchitos, la casa a cuestas del duelo como un caracol contaminado por el vértigo de los occidentales. Porque yo puedo ser o no ser lo que tú quieras. Como mi vida misma es, o no es, dependiendo. Salvar estas palabras entre olas gigantescas; yo no quiero ahogarme, pero tampoco salir. Es la contradicción que desde que nacemos llevamos encima; remar por siempre el vacío en balbuceos de una soledad oceánica. Y mirarla cara a cara y odiamarla como yo os amé, y escribir con el dedo en la arena antes de que suba la marea: ...Soledad, oceánica...

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