Coge la última frase del último texto publicado y escribe con ella un [micro]texto. Bienvenidos.
[Son las mismas reglas que en microtextos I]
No hay peor criminal que el asesino de sueños ni mayor crimen que el de matar la esperanza.
No hay mayor deshonra que envolver la desdicha en papel de celofan ocultando el regalo.
No hay dicha en la amargura que encierra el verbo que el cómico pronuncia causando sonrisa,
ni vuelo lejano a las estrellas que interrumpa la celebración de los poetas cuando una linea grotesca
cambia de forma, se torna bella y así deja relegada a la prosa que hasta hoy nos hacía cautivos.
07/09/2021Un paseo por los campos —aún veraniegos— nos pondría en
contacto con la naturaleza, recuperando esas sensaciones que apenas recordamos
después de tanto confinamiento y tanta gaita.
Bueno, gaitas no muchas, pero en Galicia sí que hay unas
cuantas. Y gaiteros, que por lo que he oído se pasan el día bebiendo sidra. En
fin, no vamos a señalar a nadie en concreto, que luego empezamos a decir que hay
presidentes autonómicos —o presidentas— más guapos —o menos feos— y que si tal
y que si cuál y nos perdemos en los detalles…
A lo que iba —o no—, que ya estamos tan hartos de
confinamiento que somos capaces de cualquier cosa, incluso de dejar de mirar mal
a los que hacen botellón. Sobre todo, si reflexionamos sobre lo que ocurre en
los estadios de fútbol, donde se congregan miles de personas, la mayoría sin
mascarilla y sin guardar distancia de seguridad ni ninguna otra medida que
sería razonable que cumplieran. Cualquiera podría pensar que un partido de fútbol
en la actualidad equivale a celebrar decenas o centenares de botellones al
mismo tiempo. ¡Y es un comportamiento que está sancionado por los poderes
públicos como admisible!
Pero yo no digo nada, que luego todo se sabe y parece que
invocamos la sexta ola. O la séptima, que ya ni sé por cual vamos. No nos van a
quedar ni regalos que envolver en papel de celofán. Pero eso es otra historia…
Sería la repera limonera que por fin me dijeras que sí; que
sí, a mi eterna pregunta de si me quieres; que sí, a mi reciente pregunta de si
quieres vivir conmigo; que sí, a mi pregunta reprimida de si seremos el uno
para el otro alguna vez…
Sin embargo, la realidad es la que es y crear mundos de
ficción prácticamente no sirve para nada; si acaso —con suerte—, para ganar una
fortuna si sabes envolver bien el producto y logras penetrar en el corazón de millones
de potenciales lectores… Para poco más.
Y, mientras vamos adormeciendo el alma para que se conforme
con esta exigua ración de rancho diario —que apenas si alcanza para ir tirando—,
dejamos que las aventuras que anhelábamos vivir se marchiten en silencio, como
la rosa que el principito abandonó en su lejano asteroide.
Y, al tiempo que el volcán se va apagando, los restos de lo
que un día fue lava ardiente se solidifican formando una península enferma, una
lengua de tierra convaleciente de una terrible lacra: la sobredosis de realidad,
que marchita nuestros mejores sueños, incapaces de sobrevivir ante la carencia
de agua fresca que los hidrate.
Y así, ad infinitum.
Ad infinitud y más allá como decía Buzz, optimista patológico al que ni Woody pudo cambiar de estado de ánimo. Juntos recorrieron la urbe durante años haciendo como que formaban parte de ella sin saberse simples personajes de un cuento más. Aún así, aquel día a finales de verano, mientras sus pilas estaban a punto de agotarse, pensaron en lo bonita que se veía la ciudad cuando se encendieron las luces mientras que al mismo tiempo lamentaban lo pronto que se haría de día.
23/09/2021Ese día, que sería el primero de muchos, pondríamos, por fin, nuestras mentes al compás. Desde ese día, cuando mi idea terminaba, continuaba la suya, y viceversa. Nos convertimos en un dueto inevitablemente unido, indestructible, avaros el uno del otro. Mientras yo pensaba, el recopilaba y asimilaba mis pensamientos, y una vez agotados, eran tan suyos que les concedía la continuidad precisa. Cuando su cabeza callaba, la mía continuaba, hasta que ambos, agotados, dormíamos un sueño reparador, que nos permitía volver a comenzar. Mentes siamesas, ojos gemelos, bocas parejas...
27/09/2021Mentes siamesas. Ojos
gemelos. Bocas parejas que se besan ávidas. Dulces caricias que abrigan el
alma. Confidencias que penetran más allá de la piel. Dos amantes, volcados el
uno en el otro sin límite alguno, con la seguridad de que Dios —en su infinita
bondad— había detenido el tiempo para ellos.
Pero, cuando el
primer rayo de sol deshizo el hechizo y los trajo de vuelta a la realidad, Clara
—llamada por su pericia “la maga del jamoncito”— preparó un opíparo desayuno
que les sirvió para reponer las fuerzas perdidas en la batalla del amor.
Y, aun siendo
conscientes de que la fiesta había terminado y era tiempo de volver cada uno a
sus “inventos”, lo hicieron imbuidos de una nueva ilusión, pues sabían que
aquella sólo había sido la primera de muchas noches de plenitud que, sin duda,
estaban por venir.
¿Ha sido Dios… y sus designios? Creo que no podría afirmarlo
con total seguridad. Pero, si así fuera, se trataría de un dios que ha dejado
de derramar sus gracias sobre nosotros —pobres “plumillas”—, que vamos de capa
caída, olvidando —al parecer— ese incipiente oficio a tiempo parcial que
habíamos emprendido. ¿Nos hemos quedado sin inspiración, sin ganas de
participar o nos ha atacado el síndrome de la página en blanco? Difícil
respuesta.
Lo único evidente es que nuestra preciada embarcación
—perdido el rumbo— languidece, meciéndose a la deriva en un mar traicionero,
por lo que es momento de recordar aquella frase que resume la sabiduría de los
viejos lobos de mar: “los naufragios siempre vienen precedidos de señales que
los marineros no supieron apreciar”.
El fantasma de Jack Sparrow navega de nuevo.
Así que me agaché y puse la oreja en el suelo... Ay mi madre! Era lo que me estaba imaginando. Mi hermana se estaba liando con el repartidor de Amazon.
10/10/2021—¡Fueeeegoooooo, fuuueeegoooo! —gritó alguna
desaprensiva irresponsable, sin tener en cuenta las reacciones
que, en estos días, puede provocar un grito así, pues las sensibilidades ante
el ígneo elemento están a flor de piel.
¿Qué por qué están a flor
de piel? Muy sencillo, a cuenta del Volcán. Escrito así, con mayúscula, porque
el Cumbre Vieja está acaparando para sí el protagonismo volcánico, centrando
en exclusiva —como si no hubiera más volcanes en todo el planeta— la atención de los supuestos expertos, así como de los legos en la materia que —algunos conozco—
pueden pasarse horas mirando extasiados las imágenes de la Televisión Canaria, mientras
escuchan su rugido.
Pero a lo que íbamos que
me pierdo en el magma, digo, en las ramas.
En ese momento, estaba yo
dándome el lote con el repartidor de Amazon —que hay que ver cómo está el tío—,
porque, aunque sospechaba que era un canalla —lo cual no sé si es malo o un
atractivo añadido—, no era algo que me importara en absoluto.
Y él, al oír la palabra
fuego, salió corriendo, al tiempo que se iba subiendo los pantalones que —a
esas alturas de la película— yo ya había conseguido bajarle. Así que, por culpa
de esa retrasada mental —que, cómo la pille, se va a enterar de lo que vale un
peine—, apenas tuve tiempo de empezar a probar el material.
En fin. Quien no se
consuela es porque no quiere, que siempre se puede hacer otro intento. Y yo, ahora
mismo, voy a abrir la app, a ver qué diablos pido para tener otra oportunidad…
¡Qué mala suerte tuve al morirse mi contacto! Tenía que
pasar. Y no será porque no se lo advertí un millón de veces:
—Don Florentino, tiene usted que dejar de comer de esa
manera, un día le va a dar un infarto.
—Sí, Florián, la semana que viene sin falta me pongo a
régimen —respondía él, cabizbajo, aunque sin ningún propósito de enmienda,
sabedor como era de que su debilidad por la comida era más fuerte que él mismo.
Y así fue cómo, en esta España de corruptelas y componendas,
perdí toda posibilidad de contratar con la admin.istración, pues es obvio que
“quien no tiene padrino, no se bautiza”… Y yo perdí al mío.
Aunque, por otra parte —si de refranes andamos—, también es
cierto que “no hay mal que por bien no venga”.
Porque si hubiera seguido trabajando como un descerebrado
nunca te habría conocido. Y, ahora, no podría estar tumbado en tu cama,
recordando que, tan solo hace unas horas, estabas a mi lado y que —con sólo alargar
el brazo— podía acariciarte y besarte y apretarme contra tu cuerpo, disfrutando
de la magia que derramas sobre mí.
Y disfruto de esa sensación de plenitud que me poseyó
durante toda la noche —que aún extiende su reflejo en esta soleada mañana de
otoño—, mientras espero que regreses junto a mí para vislumbrar de nuevo el paraíso.
Por fin, mi universo está en orden y tú, Florita, eres su centro.
Dejar que el tiempo hablara. Eso es lo único que tenía que hacer. Después de todo, es el tiempo el que se encarga de poner las cosas en su sitio, el que no deja que el orden del universo se altere, el que aclara situaciones, actitudes...es el escenario de la vida. Ese tiempo inamovible, eterno, relativo, que hace que todos nos movamos. Eso haré entonces...dejar pasar el tiempo, y el, con todas las circunstancias que le acompañan, me hablará. Sólo tengo que estar atenta, captar las señales, y tendré la respuesta.
17/10/2021Tendré la respuesta en unos días.
Eso es lo que dijo aquella editora de ojos verdes y rostro
enigmático, mientras me examinaba de arriba a abajo, como sopesando si merecía
su atención. Cualquiera diría que mi aspecto exterior podría determinar de algún
modo el contenido de las trescientas páginas de que constaba el manuscrito que
acababa de dejar encima de su mesa de escritorio.
Ella sería quien juzgase —en primera instancia— si mis
esfuerzos del último año alcanzarían el premio anhelado. Si el cariño que había
puesto en cada palabra, en cada frase, en cada párrafo de aquella novela se
vería recompensado con un jugoso contrato para su edición.
Sólo quedaba esperar. Una vez más, el tiempo como parapeto. Esa
barrera que marca la distancia entre el hoy y un mañana espléndido que se
adivina en el horizonte. Que hace crecer mil emociones en mi pecho —a veces
contradictorias entre sí—, y me lleva de la angustia a la euforia en un abrir y
cerrar de ojos.
En resumen: que me pone el corazón en un puño.
¿Y el futuro? Colgando del suave balanceo de unos ojos
verdes.
A la espera de mi incierto futuro, que hoy pretende todos los caminos posibles, sin desestimar, siquiera, los más espinosos, intento quitarme los ojos de la nuca para siempre. No voy a mirar hacia adelante... ¡voy a mirar alto! Quiero mi vida paseando por las nubes, notar como mis pies pisan blando, ver que arriba brilla la luz y la sombra se queda, agazapada, rastrera, tirada en un rincón del suelo. Futuro que ya es, que ya estoy construyendo, que ya estoy viviendo.
18/10/2021Ya estoy viviendo en Madrid. Cuando digo "viviendo" quiero decir instalado del todo. He conseguido un piso por un alquiler bastante asequible en una zona del extrarradio que se llama Vallecas y ya tengo comprados los muebles necesarios para ir tirando.
Ayer salí por primera vez de turismo por la ciudad. Estuve en el Museo del Prado. Sonreirás al leer en mi carta que existe un cuadro llamado "Las Tres Gracias", si, igual que la finca de nuestro pueblo. Las Tres Gracias se llamaban Thalía, Aglaya y Eufrósine que me parecieron nombres muy curiosos pero que no sé si serían los más adecuados para bautizar a una vaca leonesa.
24/10/2021
Bautizar a una vaca leonesa era una de las tres cosas que me había propuesto antes de que el Señor, que anhelo con un 99 % de mi alma que sea Señora, me reclame a su seno. Las otras dos eran tener sexo con una extraterrestre y comerme de doce docenas de palmeras de chocolate de Casa Mira. Pues bien, se me presentó la ocasión de quitarme la espinita de lo del bóvido el mes pasado, cuando en un motel de carretera compartí unos guisquitos con un jugador/apostador profesional de las tres en raya y de los chinos y con un tratante de ganado que volvía de su terriña. Nos habíamos conocido en la gasolinera del kilómetro 514,200 de la A6 mientras esperábamos para aliviarnos a que el empleado limpiara las vomitonas que habían dejado unas adolescentes que de retirada de la Discoteca “Benidormirás”, a escasos metros de la estación de servicio. Total, que teníamos poco sueño y no había un maldito puti-club por los alrededores, así que pillamos una botella del whisky más caro que había en la gasofera, que resultó ser un DYC reserva 5 años y nos dirigimos al motel que se vislumbraba no muy lejos, en dirección a Tordesillas. Al cuarto o quinto pelotazo, el tratante trajo a colación, ya con la lengua muy pero que muy pastosa, el tema de los nombres de las vacas y los toros a la hora de ponerlos en venta en las ferias. Desarrolló el asunto con la teoría de que ya se habían puesto todos los nombres habidos y por haber a las reses que se lidiaban en las Plazas de Toros que por el mundo hay y en los establos de esta nuestra España. Conocida, Avispado, Morenito, Pocapena, Barrabás, Claudiachífer … Como me hallaba ya más pasado de rosca que el tornillo de un chupete, le imploré que me dejará cumplir uno de mis tres deseos, cual si el tratante se hubiera transmutado en el genio de una lámpara maravillosa de leds. Tardé en convencerle el tiempo que tardó el minibar en quedarse a dos velas y una linterna. Entonces, me enseñó en su móvil un precioso ejemplar de vaca, de la que, para más inri, rezaba su partida de nacimiento que había venido a este valle de lágrimas en Benavente. Para mi asombro y el del ludópata de baja estofa, insinuó un atisbo de pasión zoófila, mientras nos mostraba fotos, a cuál más rijosa de la vaca completamente desnuda. Pero, ¿qué nombre podría imponerle a semejante ejemplar con ese par de ubres que podrían llevar a la perdición a cualquier mamífero que se desvista por los pies? Al tratante se le había escapado mientras babeaba con las instantáneas del móvil “Ay, si tú quisieras, Mari Jose, te montaba una fábrica de quesos en Orense”. Me desperté con todos los tambores de Calanda y un equipo de baloncesto botando balones en mi cráneo. La primera idea que me vino fue “tengo que mear, porque si no la explosión del Challenger va a ser cosa de risa comparado con mi vejiga a punto de detonar”. Lo segundo fue: “Qué hago acostado en la bañera con la alfombrilla del baño sirviéndome de almohada. Los cinco o seis siguientes pensamientos no los menciono ya que no vienen al caso., pero tras soltar el whisky, destilado en mi andorga por segunda vez, me vino a la mente el asunto de la vaca benaventina. ¿Cómo diablos la llamaría ahora que tenía oportunidad? ¿Carambola? ¿Sicalíptica? ¿Raquel, a secas? ¿Con qué la bautizaría, con orujo, con licor de leche condensada, las lágrimas incorruptas de San Froilán? Finalmente, decidí solventar todas estas dudas después de desandar el camino a la gasolinera e intentar hacerme con un café y una ración de comprimidos de ácido acitelsalicílico.
¡Una ración de comprimidos de ácido acetilsalicílico para la mesa 3!, gritó mi bella dama desde detrás de la barra de aquel antro sucio y maloliente. Señorita es usted muy chistosa, dijo Gervasio, me vendrá muy bien para aguantar a mis compañeros del servicio de la noche. Y yo tímido, o se me ocurrió decirla lo mucho que me moría por probar de nuevo sus hamburguesas grasientas hechas con sus bellas manos. Vámonos compañeros, dijo Gervasio, hoy va a ser una noche movida, a ver a cuantos borrachos cazamos hoy en el control. ¡Hasta pronto y buen servicio!, exclamó Lucía mientras preparaba un sándwich vegetal para una mujer de clase choni.
26/10/2021Una mujer de clase choni con argollas de metal ,,pobrecita ella no supo andar por esos barrios donde se crio ni siquiera por este donde todo aquel que le pide amistad es para echarle un kiki y luego olvidar ,pobrecilla ella tan buena como esta ,usada por mil sin ni siquiera saber porque le toco a ella vivir ,este cuento yan brusco que yo me acabo de inventar
26/10/2021Una dulce sonrisa se dibujó en mí cuando tocaron las 23:00. ¡Era la hora! Apagué las luces, la televisión y corrí hacia la ventana de mi habitación, donde cada noche a esa misma hora, ella llegaba de trabajar y dejaba ver su desnudo a través de aquella cortina semitransparente que oleaba con la brisa de la noche.
¡Qué guapa! ¡Qué bella! Hoy seré espía por última vez. Mañana la esperaré en su portal, y me atreveré a decirle lo que siento...
26/10/2021Lo que siento te dira ella y te mandara por donde amargan los pepinos jaja ,pero no te preocupes si miras a la derecha tambien veras un gordo grasiento y cervecero ,lo puedes llamar y decirle vecino vecino ,tienes sal
27/10/2021—Vecino, vecino, ¿tienes…?
—Sal inmediatamente de mi casa, Lucía, y no vuelvas a poner
los pies en ella —dijo Gervasio, con cara de pocos amigos, interrumpiendo la
frase de su vecina.
Gervasio Rodríguez —a quien todos en el barrio llamaban
Barrabás— era un tipo mal encarado, brusco y grosero como él sólo.
A Lucía, se le borró su preciosa sonrisa de la cara. A modo
de justificación, respondió:
—Iba a decirte que tienes la puerta abierta. Pensaba que te
la habías dejado sin darte cuenta. No hace falta que te lances sobre mí como
una pantera.
—¿Qué crees, que no lo sé? He sido yo quien la he dejado
abierta. ¿Es que te importa mucho lo que pase en mi casa, choni del demonio?
—dijo Gervasio, insistiendo en presentar su candidatura a los Premios Limón del
barrio e, incluso, empezando a hacerse acreedor a un mensaje a “arroba” policía.
—No, no me importa nada de lo que te ocurra. Sólo quería
ayudarte, pero ya veo que no lo mereces —contestó Lucía. Y, acto seguido,
contraatacó—: No eres más que un gordo grasiento y pervertido. Que de buena
tinta sé que te dedicas a espiar a jóvenes incautas que no se imaginan que
pueda haber tipos como tú.
—Engreída, que eres una engreída. Te crees muy lista, pero
no eres más que otra niñata guapa que no sirve ni para echarle un kiki.
Lucía decidió que aquel vecino —que, desde luego, no merecía
tal nombre— había ido demasiado lejos y optó por marcharse, jurándose que nunca
más le dirigiría la palabra, ni siquiera en las reuniones de vecinos. En un
santiamén, subió las escaleras hasta su piso, pues ella vivía en el Segundo A,
justo encima de tan repulsivo especimen.
Más arriba, en el Tercero C, Selemon Bikila —conocido como
el Morenito—, se lamentaba por su incierto futuro. Llevaba varios meses en la
vivienda, desde aquel día de primeros de enero en que rompió la cerradura y se
metió a vivir como “okupa”.
Ya no tenía nada que comer, solo la palmera que estaba a
punto de terminar. En realidad, llevaba tres semanas alimentándose solamente de
palmeras de chocolate, ya que, aprovechando un descuido de los empleados del
Mercadona que estaban descargando, había robado una caja entera. La verdad es
que había sido una carambola, algo muy poco probable, puesto que los empleados
de esa firma son muy meticulosos. Pero tuvo la suerte de que el rubito de gafas
encendió furtivamente un cigarro y el encargado —cualquiera diría que tiene
ojos en la nuca— le sorprendió con las manos en la masa y rápidamente fue a
comerle la oreja. Y como nadie se dio cuenta de que la caja había quedado
provisionalmente sin cuidador —“a río revuelto, ganancia de pescadores”—, pudo
poner rápidamente pies en polvorosa —con los pies descalzos a veces se corre
más deprisa— cargando con la pesada caja.
Pero lo que él aspiraba a robar era una caja de cervezas y
un montón de aquellas grasientas hamburguesas que le volvían loco. Era
comprensible que le gustara un producto de tan baja calidad, pues era lo que
conocía. Para su desgracia, nunca había probado los deliciosos solomillos de
las vacas leonesas.
Y, en el Ático, Raquel —una niña pija que se creía Claudia
Schiffer— confundía lo que era mirar alto con contemplar a la gente desde la
altura de su terraza. En verdad, vistas desde allí, las personas parecían
hormigas.
Y es que Raquel estaba harta de todo.
De subir y bajar las escaleras mecánicas del metro cada día
para ir a trabajar.
De su empleo en el Museo del Prado, que le producía unos
espantosos dolores de cabeza, que no se le quitaban ni atiborrándose de
aspirinas.
De cambiar de novio cada dos por tres, porque nadie
aguantaba su mal genio.
Y, sobre todo, de la vergüenza que le había producido
enterarse de que su último novio —ya exnovio—, cuya proposición de matrimonio
no había dudado en aceptar la semana anterior, acababa de ser detenido y puesto
a disposición judicial, acusado de zoofilia, por no sé qué asunto con una vaca
leonesa, precisamente.
Y así, entre miseria y miseria, discurría normalmente
cualquier día en aquella calle de tan rancio abolengo, a la que todo el mundo
conocía como la “13 rue del Percebe”.
13, rue del Percebe. Así bautizamos la caótica casa en la que convivimos durante años. A mí me parecía una colmena, por la que pululabamos toda la familia. Siempre había gente yendo y viniendo por los pasillos y las escaleras, metiéndose los unos en casa de los otros, llamándonos a gritos por las ventanas, intercambiando el cuidado de los niños, organizando cumpleaños, desayunos de chocolate con suizos...Éramos la savia de la casa, y la casa, en si misma, era un ente con vida propia, nutriéndose de las nuestras.
Con el paso de los años, algunos crecimos y nos marchamos, otros murieron, otros llegaron...y la casa se desconcertó. Ya no era un todo, y dividida, no sabía existir. Las paredes se agrietaron, las tuberías explotaban, las baldosas se movían, los cristales estallaban...hasta que un día, el tejado se hundió, quejoso, dolorido. Los habitantes de la casa, entonces, se miraron, sorprendidos y asustados. Lloraron, patalearon, mal dijeron...a ninguno se le había ocurrido cuidarla.
29/10/2021A ninguno se le había ocurrido cuidarla.
Así, nadie pareció sorprenderse cuando la señora Paca enfermó,
un poco por efecto del tiempo —la edad no perdona—, otro poco porque la gripe
aquel año había venido muy fuerte, y un mucho porque nadie se ocupaba de ella.
La señora Paca había sido una madre ejemplar, que sacrificó su
vida por su numerosa prole. Ser viuda en la postguerra no era ninguna bicoca. Y
a ver, qué culpa tendría ella de que a su marido se le hubiese llenado la sesera
de ideas de Bakunin y no supiera decir otra cosa que “la tierra para el que la
trabaja”. Y es que el probe Miguel se unió a los milicianos con la intención de
pegar tiros a aquellos despreciables facciosos que querían acabar con la
República. Pero, como no tenía ninguna instrucción militar, en la primera
escaramuza lo liquidaron; un milagro fue que no se reventase él mismo la cabeza
con la escopeta, disparándola al revés.
Y, lo cierto, es que allí quedó la señora Paca, triste y sola,
con una legión de bocas que alimentar. Y, cuando las tropas de Franco entraron
en Madrid, el calvario fue aún mayor. Las interminables humillaciones de parte
de los vencedores que tuvo que soportar era una cuestión de la que nunca quiso
hablar.
Con los años, la señora Paca fue recuperándose, poco a poco,
hasta que se hizo tan mayor que solo era un estorbo para sus desagradecidos
hijos, que no tuvieron otra idea mejor que llevarla a un mugriento asilo, donde
ni siquiera la visitaban.
Así, enfermó y, al poco, murió, sin que su muerte despertase
más pena que su lánguida vida.
—¿De qué ha muerto mi madre? —preguntó el hijo menor a la
directora del asilo, cuando acudió allí para el entierro.
—De gripe, ha dicho el médico —dijo la directora.
Pero, Virtudes, su compañera de habitación —consciente de
que se quedaría un mes sin postre—, la contradijo:
—¿Que por qué ha muerto? Porque a ninguno se le ocurrió cuidarla.
—Por las buenas. O por las malas. Tú sabrás cómo lo
prefieres, Gertrud, que ya eres mayorcita —dijo la señora Marlene, con su
estridente voz rozando el límite aconsejable de decibelios.
Gertrud calló. No esperaba que su madre fuera tan obcecada.
Josué era un buen chico. Limpio, inteligente, amable con ella, en definitiva,
un buen alemán. ¿Por qué no podía ser su novio?
Sintiéndose ridícula, decidió desaparecer y se fue a su
habitación, donde permaneció encerrada toda la tarde, dando rienda suelta a su
tristeza. Cuando se aproximaba la hora de cenar, su estómago le hizo un guiño
amable y optó por salir en busca de un poco de comida.
Su padre —el señor Hans— no tardó en llegar. Dio un beso en
la frente a su hija y después se dirigió a la cocina a saludar a su esposa. El señor
Hans trabajaba mucho. Desde que Adolf Hitler había asumido la cancillería
alemana, le habían promocionado ya un par de veces. Los nuevos gobernantes
valoraban sobre todo la lealtad y ese era su punto fuerte. Nunca se cuestionaba
las órdenes de sus jefes. Anteriormente, se le había tachado de tener poca
iniciativa, pero ahora todo iba sobre ruedas. Otro empujón y llegaría a jefe de
negociado en el ministerio.
—¿Por qué estás tan callada, Gertrud? —preguntó su padre
durante la comida.
Gertrud hizo una mueca indolente y, encogiéndose de hombros,
contestó:
—Mejor pregúntaselo a mamá.
—Quiere salir con un chico judío. Naturalmente, le he dicho
que ni se le ocurra —contestó malhumorada la señora Marlene.
—Cariño, tienes que hacer lo que dice tu madre. Debemos
evitar cualquier contacto con los judíos. No corren buenos tiempos para ellos.
Lástima que no podáis mirar más allá. Veríais, de pronto, cuán lúgubre es vuestra habitación; cuán pesados y efímeros los anhelos que os incitan a seguir caminando. El horizonte ralo da para imaginar más que la sobrecarga de vuestro entorno. Ramas que se cruzan ante los ojos. ¿Habéis olvidado que, en ocasiones, es necesario apartarlas y mirar hacia el punto de fuga? Algunas escapadas inducen una pereza espesa, ansiosa como un violín que cruje en trémolo quedo, sin abandonar nunca el tono; pero otras son necesarias. Olvidaba los colores; un atardecer es como el fuego, cambiante y cálido, dorado de filigrana. El sentido siempre medra en la lejanía.
El sentido siempre medra en la lejanía. Pero no podía pensar. Sentido, razón, Sentido común... Sentir. Tapó su nariz fría con la manta, respirando para calentarla con su aliento. Sus orejas parecían de hielo. Los pies, entrecruzados, no entraban en calor. Otro invierno se acerca; pensó. Otro invierno!! Y una oleada de gratitud y entusiasmo por averiguar lo que viviría se apoderó de ella!!
04/11/2021Se apoderó de ella un sentimiento de abandono, de que su
vida carecía de guía, que enseguida dio paso a la envidia. Y alcanzó a decirle a
su compañera:
—No todo el mundo ha tenido una abuela a la que idolatrar,
Paca. Teniendo un modelo es más fácil saber a dónde se va.
—Janet, te he dicho mil veces que no me llames Paca. Que
Paca era mi abuela y como ella no puede haber otra.
—Es cierto, Francisca, perdona —dijo Janet. Y, como para sí,
añadió—: ¡Una abuela filósofa en Santiago de Compostela!
—Menos cháchara. Y termina de vestirte, que no vamos a
llegar nunca —dijo Francisca, apremiando a Janet.
—Tranquila, cariño, que los muertos ya no tienen prisa
—apostilló Janet, mientras terminaba de aplicarse el rímel en el ojo izquierdo.
Unos minutos después, las dos salieron a la calle. El sol
brillaba en el horizonte, un sol de invierno cuyos rayos apenas calentaban y
que empezaba a derretir los primeros hielos estacionales que había dejado la
última noche de octubre.
Sin solución de continuidad se había pasado de la ruidosa
festividad de Halloween a la lúgubre visita a los cementerios, donde una
explosión de flores trataba de desdramatizar el drama por excelencia: la muerte.
Trataban de desdramatizar el drama ,la muerte ,fiChando a un hijo prodigo de su cantera ,llamado el javi ,y con eso creian que podrian ganar al rey del mundo en el deporte del balompie ,un tal real madrid .
06/11/2021un tal real madrid ha sido la causa de tantos de mis problemas... a dios pongo por testigo que nunca volveré a tener una pareja que le guste el fútbol!
Pero a veces no es suficiente ni con eso. Casi siempre es suficiente con eso. No escuchamos, no admitimos, no queremos ver - bendita y terrorífica venda que nos aísla que en el quijotesco mundo de la inquietante cordura.
Disculpas, no sé cómo eliminar el texto que acabo de publicar. Así que, a continuación corrijo lo que, por error involuntario, he redactado incorrectamente. Gracias:
Pero a veces no es suficiente con eso. Casi siempre es suficiente con eso. No escuchamos, no admitimos, no queremos ver - bendita y terrorífica venda que nos aísla en el quijotesco mundo de la inquietante cordura.
11/11/2021En el quijotesco mundo de la inquietante cordura, basta con pulsar la X que hay debajo del texto para que -como por arte de magia- se elimine lo que deseamos borrar.
Pero... basta de palabrería. Levantemos las copas -llenas de vino, por supuesto- para brindar por el regreso a casa de quien nunca se fue del todo. ¡Chin, chin!
11/11/2021- ¡Chin, chin! ¡Brindemos por eso, no hay mejor motivo! - decía Alma con voz cantarina, mientras levantaba su copa de vino, el de las grandes ocasiones, invitando a los demás a hacer lo mismo.
El motivo del brindis era aquella extensa reunión, que no se daba desde años atrás, y hoy, por fin, se sentaban todos nuevamente alrededor de la gran mesa que tantos acontecimientos acogió. Faltaba ella, pero su poderosa presencia se notaba en el recuerdo de todos ellos. Alma continuó hablando.
- Donde quiera que estés, desde donde sea que nos mires, disfruta de nuestro encuentro. ¡Es por ti!
Todos alzaron su copa, miraron hacia arriba, sonrieron y bebieron por la madre ausente.
Sonrieron y bebieron por la madre ausente. Ella misma había planeado la fiesta para el día de su muerte. Hijos y nietos deambulaban por el patio sombreado de carcajadas y lágrimas. Las historias se agolpaban en muecas efusivas, en ojos húmedos. Años después, cada uno rememoraba aquel momento sin saber del todo cómo sentirse. Les ayudaba a seguir regalándose.
12/11/2021Les ayudaba a seguir regalándose besos y ternura, la certeza
de que eran el uno para el otro. Y ese mismo sentimiento les impulsaba a entregar
el alma en cada caricia y a vivir su amor sin reservas, seguros como estaban de
que, día a día, iban construyendo su propio paraíso, un exuberante y exquisito edén
a la carta, un microcosmos inserto en el quijotesco mundo de la inquietante cordura.
—A todos nos reconforta hacer el bien. No lo olvidéis, cada vez que hacéis una buena obra, una estrella se enciende en el universo.
Yo escuchaba desde mi silla —con un profundo escepticismo— a aquella bienintencionada monitora de motivación que nos había puesto el alcaide para intentar que —si es que aún quedaba algo blanco en el oscuro pozo de nuestras negras almas— salieran a la superficie nuestros buenos sentimientos.
Pero, en el Pabellón C, todos estábamos convencidos de que era predicar en el desierto: éramos la escoria de la sociedad. Y en el quijotesco mundo de la inquietante cordura, para nosotros no existía ninguna esperanza.
En un pilón, Viki estaba lavando la ropa. Y es que su
aversión por la tecnología era notable, llegando a veces a límites
insospechados. En eso, sonó el timbre de la casa.
Interrumpiendo con desgana su tarea, Viki fue a abrir la
puerta. Por el camino, no dejaba de refunfuñar anticipadamente a cuenta de la
inoportuna visita.
—Buenos días, señorita Viki. Dice el señor alcalde que tiene
que estar en el ayuntamiento a la una, que van a hacerle una llamada —dijo
Eladio, el empleado municipal que se ocupaba de hacer los recados en el
ayuntamiento.
—¿Una llamada a mí? Pues será la primera vez desde que volví
a Villalibre.
—Pues, la verdad es que preguntaban por Vicenta Marrero. Esa
es usted, ¿verdad?
—Sí, claro. —contestó Viki, para después preguntar—: ¿y
quién va a llamarme a la una? Si puede saberse…
—Por lo que he escuchado, era el presidente de la Real
Academia de la Lengua.
—¿Seguro que no me toma el pelo, Eladio? No estará usted
bromeando.
—Claro que no, señorita Viki. Mire que se lo tengo dicho,
que se compre usted un móvil, que debe ser la única del pueblo que no tiene.
—Pero Eladio… que yo vine aquí huyendo de la tecnología. No
querrá usted que lo arruine ahora.
—Bueno, yo digo nada. Y me marcho, que tengo más recados que
hacer.
—De acuerdo. Dígale a don Salustiano que seré puntual.
A la una de la tarde, tres personas estaban en el despacho
del alcalde.
Una de ellas era Viki, una escritora bohemia que tenía
cierta fama en determinados ambientes, a quien habían requerido para atender
una misteriosa llamada.
La segunda era el alcalde de Villalibre, Salustiano Pérez, biznieto
del legendario alcalde que rigió los destinos de la villa durante el primer
tercio del siglo XX, y que —tristemente—, fue asesinado tras el levantamiento del
dieciocho de julio.
Y, la tercera, era la secretaria del Ayuntamiento, Teresa
Rojas, a la que el alcalde le había pedido que estuviera presente durante la
llamada, por si se requerían sus servicios.
Pasaban dos minutos de la una, cuando, por fin, sonó el
teléfono.
—Buenos días, soy Arturo Portocarrero. Deseaba hablar con
Victoria Marrero.
—Don Arturo, soy Salustiano, el alcalde. Hemos hablado
antes. Aquí está Victoria, a mi lado. Se la pongo.
—Buenas tardes, don Arturo —acertó a decir Viki, un tanto
nerviosa y, desde luego, bastante impresionada.
—Encantado de hablar con usted, señorita Victoria. Perdone
que le haya llamado al ayuntamiento, pero en su editorial me dijeron que solo
se comunican con usted por correo electrónico y no quería utilizar ese medio
para un asunto como el que tengo que comunicarle.
—No se preocupe, entiendo que hoy en día es una molestia no
tener teléfono. Pues dígame.
—Muy bien, iré al grano, que es una costumbre muy española
—dijo el presidente. Y poniendo voz solemne, prosiguió—: Tengo el honor de
anunciarle que ha sido la ganadora de la primera edición del premio “La Frase
de Oro” que, desde este año, otorgará la Academia anualmente. Quiero
transmitirle mis felicitaciones personales, así como las de todos los miembros
de la Academia.
—Muchas gracias, la verdad es que no sé que decir, me siento
abrumada —dijo Viki, que no entendía nada de lo que estaba pasando.
—Y, ahora, le paso con mi secretaria que le dará los
detalles sobre la entrega de premios. Muchas felicidades. Y, don Salustiano, si
me está oyendo, muchas gracias por todo.
—No hay por qué darlas—contestó el alcalde—. Le confieso que
ha sido la tarea más agradable que he realizado en toda la semana.
Cuando Viki terminó de hablar con la secretaria, don
Salustiano le preguntó:
—Qué premio has ganado? ¿Y por qué?
—Pues imagino que es por una frase que tuvo mucho éxito, que
incluso llegó a ser Trendig Topic en alguna página de poca audiencia… Y, por lo
que veo, la han considerado la frase del año.
—¡Ah!, ¿sí? —dijo el alcalde, sorprendido—, y qué frase era
esa.
—Pues una muy simple, pero que, por alguna razón
desconocida, ha caído en gracia: “en el quijotesco mundo de la inquietante
cordura…”
En el quijotesco mundo de la inquietante cordura, logró verlo todo con una claridad absoluta. Su anterior estado, nublado, volátil, etéreo, se ha tornado clarividente. La gente que antes le resultaba oscura, invisibles, ahora era transparente para el. De repente se había transformado en una persona coherente, entendía las palabras de los demás y sabía descifrar sus gestos. Pero no estaba seguro de preferir su nuevo estado. Cuanto más cuerdo se sentía, más se afianza a en el la idea de que al otro lado se estaba mejor.
13/11/2021Al otro lado se estaba mejor. Porque no lograba entenderlo. Para él, quijotesco, era un antónimo de cordura. O eres Quijote, o eres cuerdo. Pero pocas veces se había topado con cuerdos que actuasen como quijotes. Con cuerdos enfadados, estresados, agobiados, violentos; con cuerdos que engañan, que se engañan, que compiten, que se aplastan... Sí. Y pensándolo bien, prefería vivir en su quijotesco mundo, en el que los demás le miraban como si fuera tonto, como si fuera un loco, como si fuera un necio. Para él, los locos eran el resto; "¡Oh! pobres necios que no han descubierto la belleza de la vida y viven atrapados en un mundo creado por ellos"; "¡Oh! pobres necios"; cada vez gritaba más. Y justo en la puerta, con la maleta en una mano y el alta médica en la otra, se tiró al suelo girando sobre sí mismo mientras gritaba: "¡Oh! pobres necios".
13/11/2021Pobres necios arrogantes que creéis saberlo todo cuando, en
realidad, lo ignoráis todo. Que —esclavos de vuestros prejuicios— juzgáis las
cosas solo por las apariencias.
Pobres corazones desorientados que siempre vais en busca de
alguien a quien anatemizar, a quien sojuzgar, bajo el argumento de la tradición,
del “siempre se ha hecho así y quién-eres-tú-para-desafiar-a-tus-mayores”.
Pobres espíritus abotargados —incapaces de pensar por vosotros
mismos—, sois expertos en hacer que aflore lo peor de cada persona. Vivís inmersos
en la mediocridad y no sois más que ruinas humanas que intentan ocultarse entre
la masa informe y carente de opinión propia.
Pero yo os digo que no aportáis nada y que sois una plaga
peor que aquéllas con las que Yahvé castigó la soberbia de Ramsés.
Y que, un día no muy lejano, la verdad brillará y se os verá
como lo que en realidad sois: la escoria de la sociedad.
La escoria de la sociedad se reparte equitativamente. En un diorama abigarrado campan motitas de pesar; roban la atención y condenan a una perpetua fantasmagoría por el rabillo del ojo, el ángulo muerto. Es como un mosquito que pasa cerca de tu oído mientras duermes: un recordatorio de que se avecina algo malo. Y aparece una oquedad. Al principio no es grande, pero sabe y huele a vacío; tira de las paredes que la rodean de manera tenaz, creando una leve tensión que se transmite al rincón más alejado de tu cuerpo.
De tan pequeña, deseas obviarla. Somos muchos en la misma tradición. Cuanto más la evitamos, más rápido crece, hasta que se acerca a la masa crítica, despertando una nada que repercute en nuestra voluntad y la atenaza. Surge la sospecha de que, quizá, no sea tan inocua. Cuando sea tarde no faltará quien diga, desde el mismo pedestal de apatía que la engendró, que deberíamos haber prestado más atención.
18/11/2021Deberíamos haber prestado más atención. Todo eran señales, y no supimos verlas. Su mirada, pérdida a veces, inquieta otras, sin posar sus ojos, como si buscará el lugar adecuado donde mirar. Su voz, que se quebraba a ratos, que no salía a veces, qué sollozaba otras. Su día a día, que se fue haciendo más lento, más anárquico, sin costumbres, sin horarios, sin expectativas. Su apatía recurrente, contrastando con un no querer parar. Su tristeza dando paso a la risa, su risa dando paso al llanto. Y su miedo, unido al temor de no saber enfrentarse a él, como siempre había hecho. Solo decía que estaba cansado, muy cansado... Pero no supimos verlo.
18/11/2021-No supimos verlo, no supimos verlo, y ya no hay remedio-. Decían algunos entre el dolor y la rabia. Otros callaban por pura vergüenza.
Tan majo, tan servicial, un chico tan cariñoso... Y una mañana como tantas otras, en la fábrica, te enteras de que ya no lo vamos a ver más, seguramente ni a él ni al dinero que durante años le hemos dejado y que nos ha ido devolviendo puntualmente, con un interés cada vez más alto.
Con un interés cada vez más alto hacia ella, empezó a enviarla un mensaje después de otro, a llamarla continuamente, a querer concertar citas sin pausa. Hablaba del futuro, de cosas que hacer juntos, de lugares a los que ir, explicándola lo que le parecía bien o mal que hiciera, asegurando que era bueno o malo para ella, contándola como la cuidaría... Mara se sintió abrumada. Al principio él le pareció atractivo, y concordaba con la idea que tenía del hombre que sería bueno para estar a su lado. Le gustó su tacto, le gustaron sus besos, le gustaba hablar con el, su interés conseguía emocionarla, y alguna vez se le dió la vuelta el estómago pensándole Pero de repente, no sabría explicar muy bien que, algo le hizo sentirse incómoda. Tuvo la impresión de que no daba opciones, si no decisiones, y y se dio cuenta de que, a pesar de lo mucho qué decía que le gustaba, cuestionaba algunas de las cosas de su forma de entender la vida, de relacionarse con los demás. Quería cambiarla. Entonces, no la quería a ella, quería otra. Quería la mujer creada desde su pensamiento, desde sus necesidades, desde sus propios canones. Mara pensó: NO. Nadie creará mis días, nadie dispondrá mi vida, y y nadie me dirá a quien querer, o de qué manera. Y volvió a volar en el cielo de nadie.
26/11/2021En el cielo de nadie —respondió Clara. Y, tras unos segundos
de reflexión, añadió—: Me marcho, nunca más volveré a estar en el cielo de
nadie, desde hoy volaré libre.
—Yo solo quería amarte y cuidar de ti —se lamentó Oliver.
—Pues no necesito que me protejan. Y mucho menos que piensen
por mí. Solo me resta decirte adiós y lo haré con la misma ternura con la que,
en otro tiempo, nos dijimos tantas cosas hermosas.
Clara se levantó del sofá, dispuesta a partir sin demora. Mientras
pronunciaba su despedida, depositó en los labios de Oliver un suave beso, apenas
un leve roce de sus bocas. Y eso fue lo único que le quedó al destrozado muchacho
del paso de Clara por su vida. El resto… solo vacío y oscuridad.
Los días se iban sucediendo y Oliver no conseguía encontrar
la energía necesaria para ponerse de nuevo en marcha. El reloj de su vida había
quedado detenido cuando su amada salió por la puerta y, al parecer, no hallaba antídoto
para aquel mal. Había puesto toda su ilusión en aquella relación y —ahora que
había fracasado— no encontraba el modo de salir adelante.
Parecía como si el sol se hubiese apagado. O como si la luna
hubiese extraviado su órbita, convertida en un astro errante. O como si las
estrellas hubiesen perdido de golpe su brillo y solo quedase de ellas una luz
fría y lejana. Su vida quedó en penumbra; sus sueños rotos.
En fin, nada que no pudiese ser ahogado en un mar de alcohol
y tristeza.
Ni un millón de palabras más hubiesen servido para retener a
Clara, quien, fiel a su promesa, no volvió a volar en el cielo de nadie:
comenzó a vivir sin ataduras, negándose a soportar injerencias, dispuesta a no consentir
que nadie teledirigiera sus pensamientos.
Ella le había querido, claro, y nunca dudó de sus buenas
intenciones. Pero Oliver cometió un gran error invadiendo su espacio y pensando
que los dos sentían lo mismo.
Porque lo cierto es que ella ni sentía aquella pasión
enfermiza —que transportaba a Oliver a las nubes, alejando sus pies del suelo—
ni pensó en ningún momento que él bastaría para llenar su vida. Y no era tan
ilusa como para creer que él era su única posibilidad; desde luego, ella sí
podía imaginar un futuro sin Oliver.
Y, sobre todo, había algo que no podía consentir: que
intentase pensar por los dos. Nadie iba a suplantarla.
Así pues, se marchó con el corazón lleno de dolor, pero con
la firme esperanza de construir un futuro mejor.
¡Un Fierro no llora, joder!
Oliver llevaba ya una semana repitiéndose el mantra que le
había enseñado su difunto padre, intentando contener las lágrimas que —con
perseverancia inusitada— pugnaban por aflorar. Una semana ya sin salir de casa,
malcomiendo y maldurmiendo —en una palabra, malviviendo—, empezaba a pasarle
factura.
La casa había perdido cualquier atisbo de orden y limpieza. Es
más, parecía una auténtica pocilga. Oliver se pasaba el día tumbado en la cama,
o en el sofá, mirando al techo, con los ojos extraviados.
Sus únicos esfuerzos dignos de mención eran los viajes que
hacía al frigorífico para coger otra cerveza fresquita. Decenas de botellas
vacías de Estrella Galicia estaban diseminadas por toda la casa, cual vestigio
de una civilización fracasada. Y el mayor fracaso era que —aunque una semana
antes había una provisión importante— estaban a punto de acabarse.
No atendía el teléfono ni contestaba ningún mensaje ni tampoco
iba a trabajar. Había llamado para decir que estaba enfermo, pero ni siquiera se
había molestado en gestionar la baja. Era más que probable que se quedase sin
empleo. Pero ni eso le preocupaba. Parecía que ya nada le importaba.
Y ese día, aproximadamente sobre las cinco de la tarde, un
suceso vino a turbar su aislamiento: sonó el timbre, por primera vez en siete
días, y fue como si dentro de él se disparase una alarma.
Su primer impulso fue no abrir, con el fin de conservar esa raquítica
paz de la que disfrutaba —si es que se podía llamar paz al precario estado en
que se encontraba—; sin embargo, algo en su interior se rebeló, por lo que,
haciendo un gran esfuerzo, se levantó y abrió la puerta. Era Julián, su mejor
amigo. Se le veía preocupado.
—¡Qué pasa, tío! No coges el teléfono, ni contestas a mis
mensajes. Mira que no quería venir, porque sé que eres un cabezón, pero ya
estaba al límite —dijo Julián, alzando la voz. Y mirando detenidamente a su
amigo, continuó con sus reproches—: ¿Y esas pintas? ¿Desde cuándo no te afeitas
ni te duchas?
La cotilla de enfrente, al escuchar voces, entreabrió la
puerta, procurando no perderse ningún detalle.
—Pasa, hombre, pasa —dijo Oliver, avergonzado.
—¡Menudo abandono! —exclamó Julián, observando la casa —, ¡cómo
lo tienes todo! Y vaya olor. ¡Ni en un estercolero huele peor!
Julián descorrió las cortinas y abrió las ventanas. Ráfagas
de viento helado se colaron a través de ellas, purificando, al menos
parcialmente, aquel ambiente putrefacto.
—Clara se ha ido, me ha dejado tirado —dijo Oliver, a modo
de explicación.
—¿Que se ha ido? ¿Cuándo?
—Hace una semana. Desde entonces, no levanto cabeza. Me
quiero morir.
—No me extraña que te pasen estas cosas. Es que mira que
eres subnormal. ¿Cuántas veces te he dicho que no puedes dejar que se te pire
la olla cada vez que te enamoras?
—Sí, Julián, pero nunca había sido como ahora, te lo juro
—se justificó de nuevo Oliver.
—A ver, que yo he venido a ayudarte, pero… —comenzó a decir
Julián.
—Pues, si quieres ayudarme, trae una caja de cervezas, que
ya casi no quedan —dijo Oliver, tumbándose de nuevo en el sofá, mientras se tapaba
la cara con la mano derecha para protegerse de la luz.
—¿Que traiga cervezas? ¡Que traiga cervezas! Habrase visto… —contestó
Julián, llevándose las manos a la cabeza, respondiendo así a la salida de tono
de su amigo. Acto seguido, prosiguió con su argumentación— Lo que te digo: eres
un subnormal profundo. Cuando aprenderás que a las mujeres no se les puede dar
tanto, que siempre tienes que reservarte un espacio para ti, para no romper con
tu vida. Y, por supuesto, dejar que ellas hagan lo mismo. Moro, que eres un
moro.
—Lo sé. Me entusiasmo y… —intentó replicar Oliver.
—Y nada. Que no tienes remedio —le interrumpió Julián. Y
sentenció—: Mírate, eres un perdedor.
Y, tras una semana conteniendo las lágrimas, éstas
comenzaron a brotar de sus ojos, imparables, mientras Oliver balbuceaba:
—Papa, perdóname, pero no soy tan fuerte como tú ni como mi
hermano Martín.
Mi hermano Martín es otra especie. Nada de turba, nada le abate, nada le agacha. Camina siempre con la cabeza alta, el pecho fuera, desafiante, y mira desde arriba el resto de la gente. Mi hermano Martín, como mi padre, es de hierro. Nunca le he visto derrotado, ni siquiera dudoso. Camina por la vida como si fuera suya, apartando a los demás con su presencia. También lo hizo conmigo, también a mí me apartó. Es más... Deshizo mi existir.
Volvió después de tres años de un enigmático viaje, tres años en los que apenas supimos de él, y siendo sincero, debo confesar que no me importaba demasiado lo que pudiera haber sido de aquel hermano que se estaba convirtiendo en sombra, en recuerdo, a fuerza de no estar, a fuerza de no ser.
Hasta que el timbre de mi casa sonó con fuerza una mañana de domingo. Clara y yo desayunábamos café con caricias y risas. Me levanté a abrir, y en la puerta parecía una figura imponente, llenando todo el hueco, qué gritaba mi nombre.
- Oliver, hermano!!!
Me abrazó, mirando por encima de mi hombro a Clara. En ese mismo momento decidió que la quería para el, igual que quería mis cromos cuando éramos pequeños. Y de la misma forma que me arrebataba los cromos, me quitó a Clara, que se fue al universo de Martín, dejando el mío lleno de vacío.
29/11/2021De la física con su mera existencia. Increíble!! Fabuloso!! Extraordinario!!.. pocas cosas habían visto aquellas gentes para sorprenderse tanto por una cosa tan poco importante. Dos afuera caminando por ahí; yo tenía múltiples Oracios, pero dentro de mí. El Oracio primigenio, nuevo, inocente, ingenuo, bondadoso. El Oracio niño, introvertido, espectador, retraído. El Oracio adolescente, el Oracio adulto, el Oracio trabajador, el Oracio infravalorado, el Oracio asolado, el Oracio guerrero... Oracio, Oracio, siempre Oracio y sólo Oracio. Oracio sólo por el mundo... Recordó la escena de "Malena es un nombre de tango" en que la tía decía: las mujeres débiles se suben a la chepa de las fuertes y se alimentan de ellas, pero las mujeres fuertes no tienen de dónde alimentarse, están solas". Oracio pensó que ésto podía extrapolarse al ser humano en general y en ese mismo momento, una punzada de dolor atravesó su costado como una lanza. En ese momento se dijo: Oracio, eres afortunado porque hay mucha gente que te apoya... Todos esos Oracios te empujan cada día a saltar a la arena de la vida y sacarle el máximo jugo. Pensó en su amigo Oliver, abandonado y rendido y decidió ir a verle. Quizás se animase a disfrutar del sol del día y si encontraban a los Martines, pues que se unieran!!
29/11/2021Caprichosas razones dieron el mundo que conocemos. Una brizna de materia aquí, asimetría inicial allá, cinco dimensiones giradas y recompuestas unas sobre otras. No merece la pena darle vueltas, decía Morla, hasta que empezó a cansarse y entonces sí. Queremos analizar el fuego bajo la sartén siendo patatas que se tuestan en el aceite. Con el crujidito justo, quizá nos daría para cierta forma de felicidad, pero al pretender más nos quemamos. ¿Qué me ha traído aquí? ¿Por qué me pregunto? ¿Debería seguir haciéndolo? Son los limpiaparabrisas danzando durante el viaje largo, en una carraspera sofocada. ¿Alguien me vigila? ¿Puede contestar alguna de mis preguntas? La lluvia me recuerda, de nuevo, que no es necesario. El mundo es, como soy yo. Querría disponer del fuego de Prometeo, ese bajo la sartén, pero no es mío ni lo será. ¿Contradicción? ¿Imposibilidad? Quizá Gödel se está carcajeando de esta reacción banal, consciente del juego que propicia, la broma continua. Ya no me sirven los espejos; lo que veo me es tan ajeno...
El serrín que tiene por cerebro nunca fue un buen compañero de Abundia. A pesar de no llamarse así, se dirigían a ella de esa manera.
Vivía, pese a todo, de una manera feliz porque había conseguido que los troncos que atravesaban su cabeza.. se redujeran a polvo de madera.
Paseaba por su pueblo con su cabeza libre de "muebles" porque hacía muy poco que se había quitado el cartel de su corazón.. "cerrado por derribo"..
Ahora llevaba la cabeza bien alta... Pero ganas le daban de colocarse, a la vista de todo el mundo, uno bien grande... " En obras ".
09/12/2021En obras de restauración estaba la catedral románica.Debajo de su ábside, Adrastea observaba los frescos, subida a un andamio, antes de empezar a tocarlos.
Se caían muy rápido y había que hacerlo con despacio.
Situada en una zona lluviosa la catedral esperaba y esperaba. Se sentía tan olvidada como rara.
En sus mejores siglos había sido admirada y sus"tesoros" contemplados por todo aquel que decidiera entrar para verlos.
En este siglo pocos la acompañan. Su claustro se lleva la palma.
Tras un día largo de trabajo.la restauradora mira tras su ventana.. Como llueve en los cristales y cómo lo hace en su alma.
10/12/2021- ¿ Un paquete para la señora Nieves en las cumbres? ¡ No puede ser! Se contestaba a sí misma tras recibirlo.
Hacía poco tiempo que había viajado al Tíbet pero alguien la recordaba.
"-Nankurunaisa, mi amor" Leyó con una sonrisa feliz. Y con las mismas ganas y coraje que tuvo para viajar al otro lado del mundo subió su montaña preferida mientras pensaba.. Este es mi lugar y todo irá bien.
12/12/2021Este es mi lugar y todo está bien. Lo cierto es que no recordaba desde cuando no me encontraba tan cómodo... por fin el dolor había desaparecido del todo y mi cuerpo tenía esa extraña sensación de frescura que sólo se siente en la alocada juventud donde todo está permitido, donde los amigos son el centro del universo, donde los amores se confunden con la efervescencia del deseo y donde el tiempo corre y parece que no avanza. Y todo eso, de repente, ha regresado a mi cuando apenas lo recordaba. Realmente no debería haber ocurrido, no lo buscaba, pero reconozco que ahora es cuando de verdad todo está bien... atrás quedaron dolores del cuerpo y del alma, problemas imposibles de solucionar, angustia por no llegar a donde nos proponemos o nos exigen... nunca pensé que morir fuese tan liberador
12/12/2021Nunca pensé que morir fuese tan liberador. Quiebra su cintura hacia atrás y su pelo roza el suelo. Se eleva y gira en una figura imposible. Se sube a un colchón de a vertical y ... Vuela. Nace y muere en cada subida y bajada de telón y, cuando muere el artista, nace la persona. "No sé cuando volveré después de Navidad, tengo una intervención". "Espero que no sea nada grave" respondió. "Oh, n
"Oh no. No lo es, pero el cuerpo tiene que recuperarse"... Y sus alas volvieron a quebrarse. Desde su butaca anónima mira al bailarín... Se deleita, se regodea, vuela. Está ahora en el escenario saltando, cayendo, temblando, bailando. Ahora es el artista. Ahora vive. Ahora muere. Ahora llora. Ahora siente
Ahora siente que su vida no le pertenece. Todo es nuevo, distinto, inesperado. Se mira en el espejo y no reconoce la imagen que le devuelve. Se asoma a su interior, y no sabe quién es la persona que vive dentro de ella. La gente le resulta extraña, como si fueran de mentira, una especie de figurantes en su escena. Y el, qué hacía despertar su cuerpo cada vez que lo miraba, que lo tocaba, también se ha convertido en algo ajeno. El cuerpo tullido de Nora le asusta, le merma, le empequeñece, porque no sabe qué hacer con el, porque no quiere tocarle. Intenta disfrazar ese rechazo con un mal disimulado miedo por hacerle daño. Nora, ante eso, se siente más pequeña, menos capaz, menos valiente.
15/12/2021
Menos capaz, menos valiente… siempre está haciendo comparaciones,
pero me exaspera cuando quiere que me comporte como el abuelo, donde la vida era
distinta… muy dura, es cierto, pero distinta… donde el trabajo era casi una religión
y la empresa otra familia, una vida donde la obligación era asumida desde la infancia,
inyectandola en el alma como parte de la educación donde el miedo a perder lo poco
que se poseía era una constante, pero mi abuelo nunca lo vio así y vivió haciendo
su propia historia, su propia religión, su propia empresa, empresa que siempre manejó
con mano de hierro, donde los empleados trabajaban con la mezcla de miedo y respeto
tan característico de entonces… Hoy las personas han cambiado y sus mentalidades
también… hoy no hace falta ser más jefe, si no ser más humano
—¿Dónde se supone que hay más sabiduría en La Tierra? —preguntó
Insomnio, que andaba bastante perdida en asuntos terrícolas.
—En las Universidades y los Centros de Investigación, sin duda —le
contestó Rebeca, su vecina y amiga.
—Y, entonces, ¿por qué os gobiernan esos políticos ignorantes?
—respondió Insomnio, que realmente no entendía nada.
—Eso nos gustaría saber a nosotros. Pero, siempre ha sido
así, y será difícil de cambiar. Ha habido muchos intentos, pero ninguno que
realmente haya salido adelante sin contaminarse también.
Insomnio apuró su taza de café de un sorbo y se marchó,
dando las gracias a su vecina por ser tan amable con ella. Lo cierto es que Rebeca
siempre le ayudaba a entender un poco mejor a los terrícolas, algo que le era
necesario para llevar a cabo con éxito su misión en este planeta tan peculiar. Recordó
que aún faltaban casi dos meses para que viniesen a buscarla; así que decidió armarse
de paciencia, intentando concentrarse en lo feliz que sería cuando
por fin regresase a su Plutón natal.
Sería cuando ,por fin, regresase a su Plutón natal cuando ella flotaba. El caso es que, Amalia, tenía los pies en la tierra pero ,como no conseguía enraizar, viajaba al planeta porque allí estaba su corazón.
Cientos de miles de rocas heladas dibujaban un paisaje tan precioso como surrealista. En sus sueños lo dibujaba y se veía atravesando discos interestelares mientras rozaba con sus manos millones de cometas. No necesitaba pedir ningún deseo cuando , desde su terraza en Madrid, veía pasar uno de ellos.
Que el sol, en Plutón, saliera por el oeste ya le fascinaba y con el paso de los años,cada vez soñaba más veces despierta y no entendía como los terrícolas podían llamarlo planeta “enano” o ni siquiera planeta.
Amalia vivía terrícolamente desubicada pero su personalidad arrolladora la mantenía alegre ante los demás… Su felicidad no estaba en la Tierra…
20/12/2021La tierra removida, aún muy de mañana, se nos pegaba al cuerpo sudoroso y nos entraba por la nariz y por los ojos. A una distancia prudencial de las vertederas, los hombres y las mujeres delante, los niños y los abuelos más atrás, seguíamos esportilla negra en mano los surcos que aquella mula sin tiempo iba abriendo.
Para antes del mediodía, mientras los chiquillos nadábamos en la charca y se tendía al aire libre de agosto la mesa de un gran almuerzo, ya estarían recogidas las patatas que se irían repartiendo, junto a los tomates, los calabacines y los huevos, durante todo el año entre un sinfín de parientes y conocidos.
23/12/2021Un sinfín de parientes y conocidos. Recordaba aislado en su casa aquellos tiempos no tan lejanos, pero que parecían vividos en otro mundo. Un mundo seguro, sencillo, feliz. Había viajado, visto las estrellas y ahora... Ahora confinado en su casa sólo podía mirar por la ventana. Repasó una vez más los libros y los discos que tenía. Fue al baño. Regresó al salón. Olvidó coger el suave gorro de algodón con el que cubría sus orejas. Carraspeó; ¿Sería catarro? Le escocia mucho la garganta. Otro año sólo en Nochebuena!! No pasa nada, se dijo, otras vendrán pero, quién podía saber eso. El gorro le recordó cuando perdió el pelo, la piel, las uñas. Su mundo había cambiado varias veces en poco tiempo... Sólo una constante se mantenía, cada vez más presente: "soledad"
23/12/2021
Soledad nació premiada , eso decían sus paisanos. Su espectacular belleza física unida a su enorme simpatía, hacía que todo el mundo deseara su compañía.
Fue una primavera cuando estrenó su vestido de flores. Le sentaba como un guante . Sus increíbles colores potenciaban más aún su belleza natural .En la romería conoció a Juan, un extranjero o forastero, que estaba de paso.
Bailaron toda la noche como sólo saben hacerlo las pandillas de mozos. Y cuando la orquesta dejó de sonar, decidieron ir todos juntos a ver amanecer en lo alto del castillo. Soledad y Juan subieron de la mano, pero de la mano no bajaron. Y ese vestido de flores…. se quedó en el armario.
23/12/2021
Y ese silencio era destructivo, me desgarraba por dentro y siempre me preguntaba ¿ por que , que he hecho mal ? no sabia como podría soportar la situación , yo le amaba, le amaba tanto que ese dolor hacia que me fuera muriendo lentamente , mi alma estaba perdida, mi corazón desgarrado, mi ser estaba perdido . aun asi le quiero, le amo y le amare siempre.
26/12/2021¿Le amaré siempre?, de eso nada...ja ja, le amaré mientras me ame, le respetaré mientras me respete y el día que mande a tomar porculo el amor y el respeto, le trataré como al desconocido desagradecido en que se habrá transformado. Nunca me gusto ni dar por culo ni que me lo dieran, llámalo manía, llámalo rareza, llámalo como te de la gana...al fin y al cabo ni te conozco, ni me importa lo que pienses, pero te repito...no le amaré siempre...siempre es demasiado..
26/12/2021Siempre es demasiado, pero nunca suficiente. Siempre miro a través de los cristales. Siempre sonrío al despertar. Siempre me basta mi compañía... Siempre, nunca, nunca siempre. Brilla en el agua el haz de luz. Paraguas rosas, violetas, únicos y en grupos, se acercan y se alejan formando dibujos geométricos. Alargó la mano y doy otro sorbo a mí té, negro, sin azúcar; "cómo la vida" pienso, amarga y templada. Nunca siempre; siempre nunca.
nunca no existe, siempre por que a ese ser que tu creaste no le puedes dejar de amar jamás
, por mucho daño que te haga , por mucho silencio , por que tus entrañas fueron suyas, mis latidos fueron suyos, nunca no existe , existe siempre , siempre y por siempre.
Siempre discrepo. Ya es el segundo caso que conozco, el primero, muy de cerca, y por partida doble. Las heridas se cierran. Peleas para ello sin descanso. Son puñales afilados que te obligan a doblarte y te cortan por dentro. A veces piensas que siempre será así. Qué siempre andarás encogida. Pero un día, después de mucho trabajo, notas aquello más suelto. Pasará, piensas. Pero no es gratis, hay que seguir luchando. Tienen las heridas, además, una cosa curiosa; a veces, cuando más tranquila estás y piensas que están cerradas, se abren de nuevo. Entonces tú mundo se tambalea. Se escapa tu energía vital por la herida abierta y vuelves a dar vueltas en una noria que gira sin descanso y no lleva a ningún sitio. Pero la supervivencia es una fuerza poderosa. Y lloras, y gritas, te frustras y maldices... Pero cada vez menos. ¿Voy a cambiar algo?; No. Sólo voy a sufrir al revivirlo. ¿Quiero vivir?; Sí. Y entonces aprietas los dientes y avanzas hacia el armario. Coges desinfectante y gasa; curas de nuevo tu herida y continúas avanzando.
26/12/2021"curas de nuevo tu herida y continúas avanzando" Era la respuesta que daba siempre Sofía a su amiga Petri, cada q vez que se hacía un destrozo en la pierna cuando subían la sierra y caía de bruces contra el suelo.
Petri siempre tuvo una salud frágil. Ya de pequeña fue el quebradero de cabeza de sus padres, que no sabían ya qué darle de comer, ni cómo bajar sus fiebres.
Nunca se rendía y lo que se proponía.. lo llevaba a cabo.Estudió enfermería para, en principio, entender sus dolencias y la profesión se convirtió en vocación..
Ahora Petri sube a la sierra con su botiquín y se ha puesto como objetivo.. Hacerse un ocho mil..
26/12/2021Continuas avanzando si....porque no se puede retroceder, ni parar. Retroceder es morir poco a poco y parar es morir del todo, por lo tanto, avancemos si, y avancemos con el rictus doloroso de lo sufrido y con el pecho henchido de esperanza y alegría....porque es tan cierto que es más fácil que un seguidor del Real Madrid entre en el Reino de los cielos o que el Atlético de Madrid gane la champions que a quien resiste y persevera se le niegue la dicha.
26/12/2021Lentamente devorado por la culpa de su yo oscuro, salía cada día a la vida como un ser pluscuamperfecto. Siempre vestido impecable, siempre la sonrisa en la boca, siempre palabras que no duelen, siempre un gesto amable.... Pero la vuelta a casa, después de otro día teatralizado, e inmediatamente después de cerrar la puerta tras de si, tornaba la sonrisa en mueca apretada, malévola, asqueada. Se apresuraba entonces a quitarse el disfraz de hombre encantador, y miraba con ojos entornados por la ira la puerta cerrada con llave a su izquierda. Cada mañana, al salir, se prometía a si mismo que por la noche la abriría definitivamente y dejaría escapar a su presa. Cada noche, al llegar, empezaba de nuevo a la batalla. Se trataba de dejarla salir, o ceder a su deseo de seguir sintiéndose dueño de vidas ajenas.
Se trataba de dejarla salir o ceder a su deseo de seguir
sintiéndose dueño de vidas ajenas. Y tuvo clara la elección: debía rechazar ese
insano deseo, pues él no había sido educado para cautivar a nadie, al menos por
la fuerza; otra cosa muy diferente era hacerlo a través de su encanto personal,
un encanto que destilaba por todos los poros de su piel.
Juan contemplaba desde el balcón de su palacete el singular
espectáculo del amanecer en el Trópico de Cáncer, al tiempo que recordaba con
nostalgia lo que había sucedido una semana antes: la huida de Rebeca, que había
vuelto a su majestuoso castillo del Loira, poniendo fin a una relación que
había durado casi cinco años.
Contemplaba los vivos colores en el horizonte, pero ya no
podía disfrutarlos. Ya no. Al pensar en ella, un dolor infinito brotaba del
fondo de su alma. Y su rostro —un buque olvidado que naufragó en aguas
inseguras, apenas iluminadas por la tenue luz de la luna— se cubrió de
lágrimas.
Con tristeza, con desesperanza, pero con una ternura
infinita, evocaba aquellos días de dicha en que sus corazones latían al unísono
y en los que, ignorante de que el amor y la felicidad no pueden durar para
siempre, disfrutó —mientras los tuvo— de los dones que su amada Rebeca le regaló.
Era sabedor de que había cometido un error fatal: expresar en
voz alta sus dudas delante de su amada. No era necesario formar parte de la
Trilateral ni de ningún Comité de Sabios para darse cuenta de que aquello no
había sido una buena idea. Al punto —como si por fin comprendiese la razón de
su partida—, le vino a la mente un simple, pero sabio refrán: “la duda ofende”.
Y movió la cabeza en señal de asentimiento porque supo reconocer que había
ofendido gravemente a Rebeca.
Intentaba justificarse ante sí mismo, pues todo ser humano
debe poner en orden su corazón antes de hallar la paz. Se dijo que lo había
hecho por una razón poderosa, porque necesitaba sacudirse de encima sus temores
para seguir amándola; aunque el resultado de su “jugada” no podía ser más
lamentable: la presa había volado hacia otro nido.
Pero el tiempo siempre avanza, inexorable, en la misma
dirección, y no se le puede hacer retroceder —ni siquiera pararlo para congelar
la imagen hasta que a uno se le ocurra como solucionarlo in situ—, porque no existe
botón de marcha atrás. Cuando algo sucede, ni toda la fuerza del universo puede
borrarlo. Alea iacta est.
Al fin, Juan cerró los ojos como si ya hubiese tenido
bastante. No quería seguir flagelándose. Los recuerdos tristes siempre abren
las heridas que no han cicatrizado debidamente. Y la suya era tan reciente…
Todo lo bueno que tenía en su vida había quedado sepultado
en el pasado, un pasado elevado ahora a la categoría de mito. Ya no se sentía
el triunfador, el conquistador de antaño; ni siquiera era su sombra. Era como
si estuviese enterrado en vida. O encerrado en un armario embrujado del que no
había forma de salir.
Y allí, aletargado, seguía esperando ese destello de
fantasía en el que la piel se volvería tierra, y su alma cobraría vida de
nuevo. Estaba seguro de que algún día sucedería. Tanto como de que, entonces,
sería capaz de enfrentarse a los más duros desafíos y volvería a subir a la
cima más alta del planeta.
Comenzó su “lucha” contra el resto
de opositores el mismo día que vio su aprobado sin plaza en la última
convocatoria. No era la primera vez que
Eva se presentaba, pero sí que aprobaba. El grado de frustración que sintió
era solo comparable con aquel día que no recibió su regalo al cumplir seis años .
Sin dudarlo dos veces , decidió preparar las oposiciones en un convento y lo hizo. Se apuntó a uno donde imperaba el silencio. Un silencio que parecía no decir nada y que decía todo.
La vida intramuros era apacible , su habitación apartada de la clausura hacía posible largas jornadas de concentración que sólo se rompían durante sus comidas en el refectorio y los paseos que se dedicaba en los alrededores. Jamás hubiera pensado Eva, que formarían parte de la defensa del proyecto que le tocó defender ante el Tribunal de Oposición.
Ese día llegó serena, confiada y comenzó su desarrollo pausadamente sin olvidar ningún detalle. La robustez de su defensa era tan argumentada que mereció la felicitación de los miembros que la calificaron.
Eva pasó parte del verano en un nuevo convento pero sin silencios. Las palabras que “calló” empezaron a brotar ….con la alegría que tenía la buena noticia.
27/12/2021Hoy sin condón querido, le dijo Anais a Juan , el se emociono hacia mucho que no tenia sexo sin condón , es mas hacia mucho que no tenia sexo, el fue quien saco el condón. Ella sensual, sexual y poniendo a Juan muy excitado, no la insistió, vale amor , se li mito a contestar. Juan estaba preocupado tenia 63 y no sabia si daría la talla con una chica de 22 , pero sus palabras le encandilaron , le hicieron sentirse hombre , cosa que no sentía desde hacia tiempo, tuvieron sexo y el amor también. Después de 9 meses nació Juanita
27/12/2021El mismo día en que los astrónomos anunciaron el colapso de los cometas, fue cuando decidí contar la verdad, ya que pensé que el mundo terminaba y con él mi propia existencia. Qué sentido tenía llevarme a la tumba (si es que quedaba alguien para enterrarme) todo aquello que me había robado el sueño durante tanto tiempo. Por tanto, ya me levanté totalmente dispuesto a ponerme mis mejores galas, me perfumé con lo poco que quedaba en los frascos que apenas había usado en años y salí a la calle con un espíritu jovial que apenas recordaba. Bajé por la avenida donde veía a la gente presurosa, con cara de preocupación, moviéndose incansable si saber que hacer ni a donde ir. Aceptar lo inevitable me sirvió para por fin, ser yo mismo y cuando llegué a su casa grité el nombre de Alfredo que, asombrado, se asomó por la ventana pues apenas me conocía del barrio. Él me preguntó quién era y yo, con una especie de calma que nunca había sentido, le pregunté por Isabel, su mujer. Él me miró extrañado y apenas pudo contestar con un breve y escueto “está bien” y es entonces cuando le pregunté por Julia. Ahí ya no me contestó. Se quedó interrogándome con la mirada, sin saber quién era yo y por qué conocía a su familia y sobre todo, el porqué de tanta curiosidad, así que simplemente le contesté. Julia, en realidad, es hija mía y no tuya
Se exploraban en granjas pero el hedor a purines hacía irrespirable el aire de su pueblo.
Como cada mañana, montaba en su antigua bicicleta azul de montaña y se tapaba la nariz con el pañuelo de seda que le había regalado su abuela.
Siempre el mismo sendero pero no siempree las mismas sensaciones. A la sombra de su encina se sentaba mientras escuchaba, curiosamente, balar y croar.
Fue aquel día, tras su ruta diaria, cuando recibió la noticia...
30/12/2021Fue aquel día, tras su
ruta diaria, cuando recibió la noticia. Una llamada de un número desconocido, le
comunicó que era uno de los ocho astronautas, que viajarían por primera vez a
Titán, el satélite de Saturno con más similitudes a la Tierra para vivir.
No podía creerlo. Quería
gritar, quería llorar, quería besar… comprendió, después de mucho tiempo, que
después de no haber vivido como debía, tenía los días contados para vivir como
quería en aquel planeta, que hasta entonces había sido su hogar.
Hasta entonces había sido su hogar, pero, ahora —sin Clara—,
aquella casa eran poco más que unas paredes y un techo; su encanto se había
extraviado —hasta desaparecer por completo— en la pena de un amor fallido.
Pasados dos meses desde su traumática ruptura con Clara,
Oliver reflexionaba, recordando los diferentes estados de ánimo que había
experimentado en muy poco tiempo: desde la acidia —que trajo aquel estado de
abandono inicial—, pasando por una fase de rabia extrema, en la que en algún
momento sintió deseos de estrangularla —de lo cual estaba profundamente
avergonzado—, hasta su estado actual, próximo a la indiferencia, que marcaba el
principio del olvido.
Sin embargo, lo señalado de la fecha hizo que recordase fugazmente
a Clara, pues era la primera Navidad, en varios años, en la que su presencia no
lo llenaba todo; pero enseguida se rehízo y logró mantener el precario equilibrio
que su nuevo mundo —resurgiendo de las cenizas— empezaba a reconstruir. Ahora
que “Ave Fénix Oliver” había dejado de adormecer su cerebro con cantidades
ingentes de cerveza, la calma iba volviendo a su vida.
Se daba cuenta de que, cada vez, el olvido era una
posibilidad más real. Y es que, finalmente, había comprendido que ella no
merecía su amor, que él había entregado en aquella relación mucho más de lo que
había recibido. Como un mantra, interiorizó una frase que leyó en algún sitio y
con la que se identificó totalmente: “hay que dejar ir a quien no esté listo
para amarnos”.
Así pues, decidió hacer borrón y cuenta nueva. Y lo primero
era dejar atrás todo su universo anterior, empezando por abandonar aquella casa,
que estaba impregnada de alguien a quien ya no quería recordar, alguien que
había dejado profundas heridas en su corazón. Dejaría atrás la pampa y sus
gentes y empezaría en un sitio remoto y mítico, cuyo nombre se le representaba
como una promesa de dicha futura: Ushuaia.
El fin del mundo conocido , quien sabe como es el fin del mundo conocido, la nada , la nada puede ser el todo , el fin lo pone cada uno independientemente , cada uno tiene su mundo , el mundo no es de todos ,el decide cuando acabar con su mundo , cada uno podemos decidirlo. Mi fin del mundo, la nada o el todo ,yo decido cuando quiero que sea.
01/01/2022<<Yo decido cuándo quiero que sea>> Dijo mi jefe mientras me devolvía el artículo en el que llevaba trabajando todo el mes.
No me importaba hacerlo de otro tema, pero fue él mismo quien me encargó ese artículo. ¿No pudo decírmelo antes? ¿Y así sin más? ¿"Es mi decisión" es todo lo que me tiene que decir? ¿Ni una explicación?
Ojalá me cojan de astronauta para esa expedición futura a Titán, y que le den.
Mientras tanto, a tomarse una tila y a comenzar un nuevo artículo.
01/01/2022Comenzar un nuevo artículo es como empezar una novela. Al
principio, apenas hay unas líneas maestras que, poco a poco, se van definiendo
según avanza la acción.
Así pues, centrándonos en lo que a la narrativa se refiere, observamos
que el autor va inventando personajes progresivamente: éstos aparecen, con
frecuencia, al tiempo que se desarrolla la trama. Hay ocasiones en que se
detiene en ellos, los mima y los colorea —pincelada va, pincelada viene—, dando
detalles que van dotándolos de contenido, pero otras —probablemente, las más— únicamente
los sobrevuela, pasando de puntillas, dejándonos saber solo lo imprescindible para
resolver la escena en que aparecen.
Digámoslo abiertamente. Algunos personajes —muy pocos— son
premeditados, pensados con antelación, y se encontraban ya en la génesis del
relato; el resto, sin embargo, son aleatorios o circunstanciales, extras que
van surgiendo según las necesidades de un guion que avanza casi a ciegas, aunque,
a veces, parece cobrar vida propia y transporta al autor a escenarios insospechados.
Y, entonces, estos actores secundarios van quedando en la
bruma, como si formasen parte de un cuadro de Leonardo, sobre el que éste hubiese
aplicado su famoso “sfumato”, volviéndolo todo borroso e indefinido. En
consecuencia, todas las posibilidades quedan abiertas y el lector no tiene más
remedio que imaginar —si repara en el detalle— qué podía haber sido de aquellos
seres apenas esbozados. Pero el lector inteligente no quiere eso. Si bien no le
agrada que se le dé el trabajo hecho, cercenando la parte que corresponde a su creatividad,
menos aún desea que le dejen todo el trabajo sin hacer.
Y es que, muchas veces, ni el propio autor sabe si los retomará
en algún momento. Se limita a dejarlos aparcados, por si volviera a ser
necesario su concurso de nuevo. Como don Camilo dejó escrito en La colmena, a
propósito de alguno de ellos: “digo esto por si vuelve a aparecer más
adelante”. Y si el maestro Cela confesaba que ignoraba cuál sería el ulterior
destino de algunos personajes, ¿qué le podemos pedir a los autores que no destilan
su genialidad?
—“Lluvia de fotos en una calle estrecha adoquinada”
—contestó Julia.
—Pues qué titulo más raro. Yo ahí no veo ni la calle ni los
adoquines ni nadie que haga fotos. Ni siquiera encuentro la cámara… —protestó
Anais.
—Es que el expresionismo abstracto es así, es una llamada a
la imaginación. El juego consiste en adivinar lo que el pintor quería
transmitir, conseguir conectar con él tantos años después —enfatizó Julia, que
estaba exultante, casi en éxtasis ante lo que estaba viendo.
Anais —que no entendía qué era lo que despertaba tanta
pasión en su amiga— iba a replicar, pero prefirió callarse. ¿Para qué decir
nada? Una vez que había aceptado ir a la exposición con Julia, lo mejor era
pasar el mal trago en silencio y que durase poco. Todos en la pandilla sabían
lo fanática que era de la pintura moderna.
Terminaron de ver aquella sala y pasaron a otra que —por lo que
decía Julia— era la más significativa de la muestra; pero a Anais seguía sin gustarle,
aunque tenía que reconocer que los colores de las obras de esta sala eran más
vivos y atractivos que lo que habían visto hasta ahora.
De repente, un cuadro —lleno de diferentes tonalidades de
amarillo que contrastaban con otros colores apagados, sobre todo rojos y azules—
llamó su atención. Se acercó a él para ver el título y autor. Este sí que era
bueno de verdad: “Copulando con una virgen exigente y discreta”, de Theodor
Parker. La verdad es que, en este lienzo, tampoco fue capaz de encontrar ni la
virgen ni la cópula; pero una oleada de pudor la asaltó, coloreando sus
mejillas de un rojo más vivo que el que lucía el cuadro que lo había provocado.
Buscó a Julia, pero no estaba en la sala. Salió al pasillo y
pudo observar que su amiga venía hacia ella, abriendo los brazos, un poco
alterada.
—¿Dónde estabas, Anais? Te estaba buscando —la riñó.
—No sé que pasó, me distraje mirando un cuadro y después ya
no te vi —se disculpó. A continuación, añadió—:
Pero no te preocupes, ya no soy una niña.
Terminaron de ver la exposición sin mayores incidentes y, al
salir, fueron al Café de Oriente, famoso por sus tertulias. Anais asistía
frecuentemente a ellas, pero hoy no era el día de interesarse por el tema, pues
a Julia no le gustaba nada el ambiente literario. Ahora los papeles se habían
cambiado y era Anais la que se encontraba como pez en el agua.
Anais siempre había sido aficionada a escribir, lo que hacía
por puro hobby, aunque todo el mundo le decía que era precioso lo que escribía.
Muchos le animaban a participar en algún certamen literario; al fin, siguió el
consejo y escribió su primera novela para presentarla al Certamen de Novela
“Fuenlabrada City” y, para asombro de todos, ganó el Primer Premio. Fue entonces
cuando descubrió que su auténtica vocación era la literatura. Ya sólo le
faltaba plantar un árbol, algo que tenía proyectado hacer muy pronto. Bueno, y
tener un hijo, pero eso —si llegaba— seguramente iría más despacio.
Ahora, acababa de terminar una nueva novela, que había
titulado “El diario de Clara”. Sólo se la había dado a leer a unos pocos amigos,
pero todos coincidían en que tenía una enorme calidad literaria y que, además,
era muy entretenida. Julia no estaba entre aquellos afortunados, lo que había
generado una cierta tensión entre ambas.
—¿Cuándo me vas a pasar tu novela? —preguntó, una vez que
las hubieron servido, con un cierto tono de exigencia en la voz.
—¿Para qué, Julia? ¿Cuándo te ha interesado a ti la
literatura? —se defendió Anais.
—Pues desde que tú escribes. Y desde que muchos los de la
pandilla la han leído —se sinceró Julia, dejando al descubierto su envidia, no
del todo sana.
—Bueno, ya veremos. Tomemos el café, que, después de ver
tantas “obras de arte” juntas, estoy a punto de dormirme —apostilló Anais.
El día que Oliver, el brigadista, conoció a mí abuela. Ni imagino cómo fueron esos tiempos. Ahora escucho mucho hablar sobre ellos. Mucho mas que aquel otro tiempo que sí recuerdo. Tiempo de juego, de ilusión, tiempo nuevo. Ahora no soy nueva, los tiempos no son nuevos. Ahora mi corazón asqueado y retorcido contempla en las noticias pugnas de patio de colegio. Ahora mi cuerpo, mapa de parches y de grietas, me oprime y encorseta. Ahora, mi alma desgastada se escapa entre mis dedos y mi mente se revela. ¿Ilusión, dónde te has ido? ¡Vuelve! te añoro.
04/01/2022Alicia encontró el camino para salir de el , de un mundo donde no la pertenecía , de una vida rota y destrozada , pero encontró el camino para salir de el, su fuerza era superior a aquellos llantos de dolor de indignación, pero consiguió salir de el, se agarro las faldas , se recogió el pelo y se dijo asi misma ; vamos princesa tu puedes .
—Vamos, princesa, tú puedes. Eso fue lo que me dijo —me
confesó la abuela, con los lacrimales amenazando lluvia y un nudo en su
garganta.
Perdonad este anticipo. Ya sé, siempre empiezo a contar las
historias por la mitad. Como esos cines de sesión continua donde proyectan dos
películas seguidas y se puede —si es que aún queda alguno— entrar en cualquier
momento e incorporarse a la película y después —al final del todo, como si tal
cosa — verla empezar hasta enganchar con lo que ya hemos visto.
Bueno, empezaré el relato por el principio, como dice la
tradición que debe hacerse, así que sed indulgentes y dejadme que lo intente de
nuevo.
Siempre tuve una conexión especial con mi abuela Clara. Sé
que va a sonar un poco pretencioso, pero yo aseguraría que era su nieto
favorito. Y que conmigo era capaz de sincerarse como no lo hacía con nadie.
Como aquel día de enero de 2009. Estábamos los dos solos, comiendo
un estupendo guiso que había preparado, cuando comenzó el informativo de las 3
de la tarde y la primera imagen fue para la toma de posesión de Barack Obama
como presidente de los Estados Unidos de América. Una vez finalizados los
titulares, la locutora volvió sobre la noticia, que aquel día acaparaba toda la
atención.
Comíamos en silencio, por lo que escuchar un sollozo fue
para mí una sorpresa. Miré a mi abuela y vi que estaba al borde de las
lágrimas. No entendía qué pasaba, así que le pregunté:
—Abuela, qué te pasa. ¿Han dicho algo en la tele que yo no
he oído?
—No, cariño, nada que no hayas visto ni oído —contestó ella.
—¿Entonces…?
—¿Entonces? —repitió ella, para proseguir—: Parece que no te
des cuenta de lo que están diciendo.
Debí poner cara de no entender absolutamente nada, porque
enseguida añadió:
—¡Un presidente negro! ¿Te das cuenta? Ha ocurrido. En
América, hay un presidente negro.
—Sí, abuela, ya lo sabemos. Los tiempos cambian, ahora
parece de lo más normal —respondí yo, encogiéndome de hombros.
Mi abuela asintió con la cabeza y guardó silencio durante el
resto de la comida. Yo no dejaba de darle vueltas a la situación, porque estaba
seguro de que algo se me estaba escapando.
Cuando terminamos, pregunté:
—¿Qué hay de postre?
—Arroz con leche. Está en la cocina. ¿Quieres ir por él?
—Claro, abuela, voy ahora mismo —contesté, mientras retiraba
los platos de la mesa para aprovechar el viaje a la cocina.
Volví unos minutos después y la encontré llorando a lágrima
viva. Al verme, fue refrenando el llanto. Pero yo estaba dispuesto a llegar al
fondo de aquel misterio y dije:
—Abuela, creo que hay algo en la noticia de Barack Obama que
tiene un significado especial para ti, y que a mi se me escapa. ¿Quieres
contarme qué es?
Mi abuela Clara puso una cara muy rara. De hecho, iba
cambiando de expresión por momentos. Me pareció que aquellos cambios eran el
reflejo de una lucha interna que, sin duda, se estaba librando en su mente.
Esperé a que fuera ella quien rompiese el silencio, y mi paciencia se vio recompensada
cuando dijo:
—Así es, Oliver. Hay algo en mi interior que pugna por
salir, pero que nunca me he atrevido a contar. Es un secreto que llevo
guardando casi toda mi vida. Y los secretos pesan en el alma, ¿sabes? Aunque,
al fin y al cabo, quizá ya no importe. Los que podrían verse afectados por él
ya han muerto, solo quedo yo. Y, seguramente, tampoco me quede mucha vida.
—No digas eso, abuela. Tú tienes que vivir aún muchos años
todavía —repliqué yo, casi de forma automática. Después, para centrar el tema,
añadí—: ¿Te decidirás a contármelo, sea lo que sea?
—Lo haré, pero tendrás que guardarme el secreto, al menos
hasta que yo muera. Promételo —dijo, con aire muy solemne.
—Lo prometo —respondí convencido.
Y entonces empezó a contar una historia que se remontaba a
la noche de los tiempos. Nada menos que a la guerra civil.
—Iba yo por el paseo de la Florida. Venía del río
Manzanares, de lavar la ropa. Entonces, lavábamos en el río. Y llevaba el cesto
de la ropa en la cabeza, sujetándolo con la mano derecha, pero pesaba mucho. Se
me acercó un militar de uniforme y me sonrió, dejando al descubierto una
maravillosa dentadura de dientes blanquísimos. Y en español, pero con un fuerte
acento inglés, me dijo:
—Vamos princesa, tú puedes. Eso fue lo que me dijo. Y
después añadió: aunque si quieres ayuda, estaré encantado de llevarte el cesto.
¿Comprendes, Oliver?
"¿Comprendes Oliver?" Insistía Roberto en hacerme entender aquella táctica que podía colocar a mi equipo en semifinales.
Era una buena jugada. Y la entendí a la primera. Pero Ed Warner, era el mejor portero del torneo. No había recibido ningún gol hasta ahora. Roberto, mi entrenador, y mi equipo confiaba en mí para marcar ese gol que estrenaría marcador y desempataría en los dos minutos que quedaban de partido.
"Haré vibrar al estadio" grité.
06/01/2022
La gula se llamaba el lugar dónde siempre celebraba su cumpleaños Esther. Situada en un entorno único, su serenidad sólo la rompían las gaviotas que se acercaban a la playa de la desembocadura.
Mismo sitio pero esta vez sin nadie que la acompañara. A nadie le extrañó su decisión porque entendían perfectamente que necesitara estar sola.
Desconectó su móvil y se sentó en una mesa aislada mientras pidió unas zamburiñas horneadas para degustarlas sin prisas.
Sin conversación alguna….Esther miraba el mar, ese mismo mar que había llenado de experiencias su vida y que ahora le pedía que escribiera un nuevo capítulo.
La marea estaba baja y tras la comida , descalza, se dirigió a la playa para empezar su nuevo relato….
Érase una vez…
06/01/2022Érase una vez un
pueblo olvidado, donde sus habitantes se afanaban porque siguiera siendo así el
mayor tiempo posible, intentando evitar —guerra perdida— la masificación con que
el turismo arrasa cualquier lugar pintoresco. En realidad, para mí, era el lugar
más maravilloso del mundo. Estaba situado al borde del mar y, desde sus
acantilados, podía contemplar el océano Atlántico con toda su bravura; y, en su
única playa, era posible darse un chapuzón, sólo apto para valientes pues la temperatura
del agua era realmente gélida; yo creía ser un valiente, por ser uno de los que
más aguantaba en el agua.
Yo trabajaba en el restaurante
La Gula, situado al borde de la playa, desde hacía tres años. Durante ese
tiempo, había visto con frecuencia a una mujer atractiva, que solía venir
acompañada de un hombre alto y corpulento y que amaba las zamburiñas que —siguiendo
una vieja receta del chef— preparábamos como nadie lo hacía en toda la comarca.
Siempre me habían
llamado la atención sus ojos tristes, que contrastaban con la aparente alegría
que destilaba. Creo que me habían cautivado.
Esta mañana, ha venido
sola y he podido percibir que la tristeza de sus ojos verdes se había extendido
al resto, como un tumor maligno y agresivo. He sentido un deseo irrefrenable de
acercarme a ella y escudriñar en su alma para conocer los motivos, convencido
de que alguna tragedia le había sobrevenido. Pero me he contenido, diciéndome a
mí mismo que no podía hacerlo, porque estaba en horario de trabajo.
Y, así, he descubierto
que no soy valiente, sino tan solo un cobarde que se ha conformado con mirarla
desde la distancia, mientras dejaba volar su imaginación.
Mientras dejaba volar la imaginación, sintió una sensación de paz que creía perdida. Curiosa la mente, pensó, es creer que importas a alguien y desaparecer la inquietud. Piedra qué atrapa, muros que aíslan, discurso de soledad y de pronto el calor de una mano y la piedra se quiebra. Es entonces cuando aparece una masa roja y blanda. Pero no es valiente y no quiere exponerla. Lucha interna. De nuevo vence el miedo y mentalmente; parado mientras sujeta su bandeja, repara la grieta y conserva los restos del naufragio, la carne roja atrapada tras el muro.
06/01/2022
Destapaba su deseo y desnudaba su alma, pero siempre tuvo miedo .Amalia creció en una familia de valientes pero a ella le tocó aprender a gestionar esa emoción de una manera lenta ,como se cuecen los guisos a la lumbre.
Desde hacía poco tiempo se levantaba cada mañana con el propósito de enhebrar valentías, esas mismas que veía por doquier y a ella se se deshilachaban en la primera puntada a pesar de que se afanaba en vertebrarlas .
Sin embargo sí se mostraba alegre y su semblante no se apreciaba ni trasmitía el menor gesto de tristeza ni enfado.
Y en una mañana de abril empezó a bordar a mano una colcha con hilos de seda de colores .A conciencia la bordó y en cada puntada observaba que no se deshilachaba.
Cada noche Amalia se tapaba y arropaba con ella .¡ Por fin algo que no se deslichaba entre sus manos!.
Y con el paso de los años aprendió a dar puntadas con buen hilo y a hilvanar antes de empezar a gestionar.
07/01/2022
Y con el paso de los años aprendió a dar puntadas con buen hilo y a hilvanar antes de empezar a gestionar. Su problema es que pasaron demasiados años, Josefa fue una niña demasiado sensible, una niña con sufrimiento continuo, al hacerse adolescente se creía que su vida iría a mejor y fue todo lo contrario, seguida sin saber hilvanar sin dar una buena puntada , aun sabiendo como lo tenia que hacer, su mal pulso no la dejaba ,pasaron muchos años hasta que por fin hilvano , empezó a dar puntadas y a liberarse de todo aquello que la hacia mal, un mal terrible que la hacia pensar en que la vida no tenia sentido alguno, la gestión y liberación fueron al principio como un duelo, a cada puntada de daba , era un duelo mas, sentía un terrible dolor, pero una gran liberación.
Con más temor que otra cosa, Irene montó en el catamarán para avistar delfines en la isla donde pasaba sus vacaciones. Viajaba sola por primera vez y quiso regalarse ese viaje tras un año durísimo de trabajo.
Con una vegetación exuberante , cada uno de sus rincones del lugar era una postal para enmarcar. Desde la terraza de su habitación de hotel la primera imagen que veía al despertar se conjugaba con sonidos y olores creando una sinfonía preciosa.
Además, los restos arqueológicos que tanto la entusiasmaban tenían un magnetismo superior a cualquier fotografía que había visto mientras preparaba su viaje. . Cerraba los ojos y se imaginaba el lugar en todo su esplendor histórico.. es casi imposible describir tanta felicidad.
La cocina internacional del hotel era exquisita pero ella prefería mezclarse con la gente y comer en sitios done se reía alrededor de la mesa. Tras una celebración de esas , separon las mesas para empezar un baile grupal. Ni corta ni perezosa, se unió a ellos y entre saltos y vueltas improvisadas..... se llevó las manos a la espalda para dibujarse unas alas.