Escritores Madrid  30 oct 2020

Coges la última frase y me regalas un [micro]texto II

Coge la última frase del último texto publicado y escribe con ella un [micro]texto. Bienvenidos.
[Son las mismas reglas que en microtextos I]



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charo

El fin del mundo conocido , quien sabe como es el fin del mundo conocido, la nada , la nada puede ser el todo , el fin lo pone cada uno independientemente , cada uno tiene su mundo , el mundo no es de todos ,el decide cuando acabar con su mundo , cada uno podemos decidirlo. Mi fin del mundo, la nada o el todo ,yo decido cuando quiero que sea.

01/01/2022
Raúl

<<Yo decido cuándo quiero que sea>> Dijo mi jefe mientras me devolvía el artículo en el que llevaba trabajando todo el mes. 

No me importaba hacerlo de otro tema, pero fue él mismo quien me encargó ese artículo. ¿No pudo decírmelo antes? ¿Y así sin más? ¿"Es mi decisión" es todo lo que me tiene que decir? ¿Ni una explicación?

Ojalá me cojan de astronauta para esa expedición futura a Titán, y que le den.

Mientras tanto, a tomarse una tila y a comenzar un nuevo artículo.

01/01/2022
francisco

 

Comenzar un nuevo artículo es como empezar una novela. Al principio, apenas hay unas líneas maestras que, poco a poco, se van definiendo según avanza la acción.

Así pues, centrándonos en lo que a la narrativa se refiere, observamos que el autor va inventando personajes progresivamente: éstos aparecen, con frecuencia, al tiempo que se desarrolla la trama. Hay ocasiones en que se detiene en ellos, los mima y los colorea —pincelada va, pincelada viene—, dando detalles que van dotándolos de contenido, pero otras —probablemente, las más— únicamente los sobrevuela, pasando de puntillas, dejándonos saber solo lo imprescindible para resolver la escena en que aparecen.

Digámoslo abiertamente. Algunos personajes —muy pocos— son premeditados, pensados con antelación, y se encontraban ya en la génesis del relato; el resto, sin embargo, son aleatorios o circunstanciales, extras que van surgiendo según las necesidades de un guion que avanza casi a ciegas, aunque, a veces, parece cobrar vida propia y transporta al autor a escenarios insospechados.

Y, entonces, estos actores secundarios van quedando en la bruma, como si formasen parte de un cuadro de Leonardo, sobre el que éste hubiese aplicado su famoso “sfumato”, volviéndolo todo borroso e indefinido. En consecuencia, todas las posibilidades quedan abiertas y el lector no tiene más remedio que imaginar —si repara en el detalle— qué podía haber sido de aquellos seres apenas esbozados. Pero el lector inteligente no quiere eso. Si bien no le agrada que se le dé el trabajo hecho, cercenando la parte que corresponde a su creatividad, menos aún desea que le dejen todo el trabajo sin hacer.

Y es que, muchas veces, ni el propio autor sabe si los retomará en algún momento. Se limita a dejarlos aparcados, por si volviera a ser necesario su concurso de nuevo. Como don Camilo dejó escrito en La colmena, a propósito de alguno de ellos: “digo esto por si vuelve a aparecer más adelante”. Y si el maestro Cela confesaba que ignoraba cuál sería el ulterior destino de algunos personajes, ¿qué le podemos pedir a los autores que no destilan su genialidad?

02/01/2022
francisco

 

—“Lluvia de fotos en una calle estrecha adoquinada” —contestó Julia.

—Pues qué titulo más raro. Yo ahí no veo ni la calle ni los adoquines ni nadie que haga fotos. Ni siquiera encuentro la cámara… —protestó Anais.

—Es que el expresionismo abstracto es así, es una llamada a la imaginación. El juego consiste en adivinar lo que el pintor quería transmitir, conseguir conectar con él tantos años después —enfatizó Julia, que estaba exultante, casi en éxtasis ante lo que estaba viendo.

Anais —que no entendía qué era lo que despertaba tanta pasión en su amiga— iba a replicar, pero prefirió callarse. ¿Para qué decir nada? Una vez que había aceptado ir a la exposición con Julia, lo mejor era pasar el mal trago en silencio y que durase poco. Todos en la pandilla sabían lo fanática que era de la pintura moderna.

Terminaron de ver aquella sala y pasaron a otra que —por lo que decía Julia— era la más significativa de la muestra; pero a Anais seguía sin gustarle, aunque tenía que reconocer que los colores de las obras de esta sala eran más vivos y atractivos que lo que habían visto hasta ahora.

De repente, un cuadro —lleno de diferentes tonalidades de amarillo que contrastaban con otros colores apagados, sobre todo rojos y azules— llamó su atención. Se acercó a él para ver el título y autor. Este sí que era bueno de verdad: “Copulando con una virgen exigente y discreta”, de Theodor Parker. La verdad es que, en este lienzo, tampoco fue capaz de encontrar ni la virgen ni la cópula; pero una oleada de pudor la asaltó, coloreando sus mejillas de un rojo más vivo que el que lucía el cuadro que lo había provocado.

Buscó a Julia, pero no estaba en la sala. Salió al pasillo y pudo observar que su amiga venía hacia ella, abriendo los brazos, un poco alterada.

—¿Dónde estabas, Anais? Te estaba buscando —la riñó.

—No sé que pasó, me distraje mirando un cuadro y después ya no te vi —se disculpó. A continuación, añadió—:  Pero no te preocupes, ya no soy una niña.

Terminaron de ver la exposición sin mayores incidentes y, al salir, fueron al Café de Oriente, famoso por sus tertulias. Anais asistía frecuentemente a ellas, pero hoy no era el día de interesarse por el tema, pues a Julia no le gustaba nada el ambiente literario. Ahora los papeles se habían cambiado y era Anais la que se encontraba como pez en el agua.

Anais siempre había sido aficionada a escribir, lo que hacía por puro hobby, aunque todo el mundo le decía que era precioso lo que escribía. Muchos le animaban a participar en algún certamen literario; al fin, siguió el consejo y escribió su primera novela para presentarla al Certamen de Novela “Fuenlabrada City” y, para asombro de todos, ganó el Primer Premio. Fue entonces cuando descubrió que su auténtica vocación era la literatura. Ya sólo le faltaba plantar un árbol, algo que tenía proyectado hacer muy pronto. Bueno, y tener un hijo, pero eso —si llegaba— seguramente iría más despacio.

Ahora, acababa de terminar una nueva novela, que había titulado “El diario de Clara”. Sólo se la había dado a leer a unos pocos amigos, pero todos coincidían en que tenía una enorme calidad literaria y que, además, era muy entretenida. Julia no estaba entre aquellos afortunados, lo que había generado una cierta tensión entre ambas.

—¿Cuándo me vas a pasar tu novela? —preguntó, una vez que las hubieron servido, con un cierto tono de exigencia en la voz.

—¿Para qué, Julia? ¿Cuándo te ha interesado a ti la literatura? —se defendió Anais.

—Pues desde que tú escribes. Y desde que muchos los de la pandilla la han leído —se sinceró Julia, dejando al descubierto su envidia, no del todo sana.

—Bueno, ya veremos. Tomemos el café, que, después de ver tantas “obras de arte” juntas, estoy a punto de dormirme —apostilló Anais.

04/01/2022
Anaaaaa

El día que Oliver, el brigadista, conoció a mí abuela. Ni imagino cómo fueron esos tiempos. Ahora escucho mucho hablar sobre ellos. Mucho mas que aquel otro tiempo que sí recuerdo. Tiempo de juego, de ilusión, tiempo nuevo. Ahora no soy nueva, los tiempos no son nuevos. Ahora mi corazón asqueado y retorcido contempla en las noticias pugnas de patio de colegio. Ahora mi cuerpo, mapa de parches y de grietas, me oprime y encorseta. Ahora, mi alma desgastada se escapa entre mis dedos y mi mente se revela. ¿Ilusión, dónde te has ido? ¡Vuelve! te añoro. 

04/01/2022
charo

Alicia encontró el camino para salir de el , de un mundo donde no la pertenecía , de una vida rota y destrozada , pero encontró el camino para salir de el, su fuerza era superior a aquellos llantos de dolor de indignación, pero consiguió salir de el, se agarro las faldas , se recogió el pelo y se dijo asi misma ; vamos princesa tu puedes .


05/01/2022
francisco

 

—Vamos, princesa, tú puedes. Eso fue lo que me dijo —me confesó la abuela, con los lacrimales amenazando lluvia y un nudo en su garganta.

Perdonad este anticipo. Ya sé, siempre empiezo a contar las historias por la mitad. Como esos cines de sesión continua donde proyectan dos películas seguidas y se puede —si es que aún queda alguno— entrar en cualquier momento e incorporarse a la película y después —al final del todo, como si tal cosa — verla empezar hasta enganchar con lo que ya hemos visto.

Bueno, empezaré el relato por el principio, como dice la tradición que debe hacerse, así que sed indulgentes y dejadme que lo intente de nuevo.

 

Siempre tuve una conexión especial con mi abuela Clara. Sé que va a sonar un poco pretencioso, pero yo aseguraría que era su nieto favorito. Y que conmigo era capaz de sincerarse como no lo hacía con nadie.

Como aquel día de enero de 2009. Estábamos los dos solos, comiendo un estupendo guiso que había preparado, cuando comenzó el informativo de las 3 de la tarde y la primera imagen fue para la toma de posesión de Barack Obama como presidente de los Estados Unidos de América. Una vez finalizados los titulares, la locutora volvió sobre la noticia, que aquel día acaparaba toda la atención.

Comíamos en silencio, por lo que escuchar un sollozo fue para mí una sorpresa. Miré a mi abuela y vi que estaba al borde de las lágrimas. No entendía qué pasaba, así que le pregunté:

—Abuela, qué te pasa. ¿Han dicho algo en la tele que yo no he oído?

—No, cariño, nada que no hayas visto ni oído —contestó ella.

—¿Entonces…?

—¿Entonces? —repitió ella, para proseguir—: Parece que no te des cuenta de lo que están diciendo.

Debí poner cara de no entender absolutamente nada, porque enseguida añadió:

—¡Un presidente negro! ¿Te das cuenta? Ha ocurrido. En América, hay un presidente negro.

—Sí, abuela, ya lo sabemos. Los tiempos cambian, ahora parece de lo más normal —respondí yo, encogiéndome de hombros.

Mi abuela asintió con la cabeza y guardó silencio durante el resto de la comida. Yo no dejaba de darle vueltas a la situación, porque estaba seguro de que algo se me estaba escapando.

Cuando terminamos, pregunté:

—¿Qué hay de postre?

—Arroz con leche. Está en la cocina. ¿Quieres ir por él?

—Claro, abuela, voy ahora mismo —contesté, mientras retiraba los platos de la mesa para aprovechar el viaje a la cocina.

Volví unos minutos después y la encontré llorando a lágrima viva. Al verme, fue refrenando el llanto. Pero yo estaba dispuesto a llegar al fondo de aquel misterio y dije:

—Abuela, creo que hay algo en la noticia de Barack Obama que tiene un significado especial para ti, y que a mi se me escapa. ¿Quieres contarme qué es?

Mi abuela Clara puso una cara muy rara. De hecho, iba cambiando de expresión por momentos. Me pareció que aquellos cambios eran el reflejo de una lucha interna que, sin duda, se estaba librando en su mente. Esperé a que fuera ella quien rompiese el silencio, y mi paciencia se vio recompensada cuando dijo:

—Así es, Oliver. Hay algo en mi interior que pugna por salir, pero que nunca me he atrevido a contar. Es un secreto que llevo guardando casi toda mi vida. Y los secretos pesan en el alma, ¿sabes? Aunque, al fin y al cabo, quizá ya no importe. Los que podrían verse afectados por él ya han muerto, solo quedo yo. Y, seguramente, tampoco me quede mucha vida.

—No digas eso, abuela. Tú tienes que vivir aún muchos años todavía —repliqué yo, casi de forma automática. Después, para centrar el tema, añadí—: ¿Te decidirás a contármelo, sea lo que sea?

—Lo haré, pero tendrás que guardarme el secreto, al menos hasta que yo muera. Promételo —dijo, con aire muy solemne.

—Lo prometo —respondí convencido.

Y entonces empezó a contar una historia que se remontaba a la noche de los tiempos. Nada menos que a la guerra civil.

—Iba yo por el paseo de la Florida. Venía del río Manzanares, de lavar la ropa. Entonces, lavábamos en el río. Y llevaba el cesto de la ropa en la cabeza, sujetándolo con la mano derecha, pero pesaba mucho. Se me acercó un militar de uniforme y me sonrió, dejando al descubierto una maravillosa dentadura de dientes blanquísimos. Y en español, pero con un fuerte acento inglés, me dijo:

—Vamos princesa, tú puedes. Eso fue lo que me dijo. Y después añadió: aunque si quieres ayuda, estaré encantado de llevarte el cesto. ¿Comprendes, Oliver?

05/01/2022
Raúl

"¿Comprendes Oliver?" Insistía Roberto en hacerme entender aquella táctica que podía colocar a mi equipo en semifinales.

Era una buena jugada. Y la entendí a la primera. Pero Ed Warner, era el mejor portero del torneo. No había recibido ningún gol hasta ahora. Roberto, mi entrenador, y mi equipo confiaba en mí para marcar ese gol que estrenaría marcador y desempataría en los dos minutos que quedaban de partido.

"Haré vibrar al estadio" grité.

06/01/2022
nines

La gula  se llamaba el lugar dónde siempre celebraba su cumpleaños Esther. Situada en un entorno único, su serenidad sólo la rompían las gaviotas que se acercaban a la playa de la desembocadura.

Mismo sitio pero esta vez sin nadie que la acompañara. A nadie le extrañó su decisión porque entendían perfectamente que necesitara estar sola.

Desconectó su móvil y se sentó en una mesa aislada mientras pidió unas zamburiñas horneadas  para degustarlas sin prisas.

Sin conversación alguna….Esther miraba el mar, ese mismo mar que había llenado de experiencias su vida y que ahora le pedía que escribiera un nuevo capítulo.

La marea estaba baja y tras la comida , descalza, se dirigió a la playa para empezar su nuevo relato….

Érase una vez…

06/01/2022
francisco

 

Érase una vez un pueblo olvidado, donde sus habitantes se afanaban porque siguiera siendo así el mayor tiempo posible, intentando evitar —guerra perdida— la masificación con que el turismo arrasa cualquier lugar pintoresco. En realidad, para mí, era el lugar más maravilloso del mundo. Estaba situado al borde del mar y, desde sus acantilados, podía contemplar el océano Atlántico con toda su bravura; y, en su única playa, era posible darse un chapuzón, sólo apto para valientes pues la temperatura del agua era realmente gélida; yo creía ser un valiente, por ser uno de los que más aguantaba en el agua.

Yo trabajaba en el restaurante La Gula, situado al borde de la playa, desde hacía tres años. Durante ese tiempo, había visto con frecuencia a una mujer atractiva, que solía venir acompañada de un hombre alto y corpulento y que amaba las zamburiñas que —siguiendo una vieja receta del chef— preparábamos como nadie lo hacía en toda la comarca.

Siempre me habían llamado la atención sus ojos tristes, que contrastaban con la aparente alegría que destilaba. Creo que me habían cautivado.

Esta mañana, ha venido sola y he podido percibir que la tristeza de sus ojos verdes se había extendido al resto, como un tumor maligno y agresivo. He sentido un deseo irrefrenable de acercarme a ella y escudriñar en su alma para conocer los motivos, convencido de que alguna tragedia le había sobrevenido. Pero me he contenido, diciéndome a mí mismo que no podía hacerlo, porque estaba en horario de trabajo.

Y, así, he descubierto que no soy valiente, sino tan solo un cobarde que se ha conformado con mirarla desde la distancia, mientras dejaba volar su imaginación. 

06/01/2022
Anaaaaa

Mientras dejaba volar la imaginación, sintió una sensación de paz que creía perdida. Curiosa la mente, pensó, es creer que importas a alguien y desaparecer la inquietud. Piedra qué atrapa, muros que aíslan, discurso de soledad y de pronto el calor de una mano y la piedra se quiebra. Es entonces cuando aparece una masa roja y blanda. Pero no es valiente y no quiere exponerla. Lucha interna. De nuevo vence el miedo y mentalmente; parado mientras sujeta su bandeja, repara la grieta y conserva los restos del naufragio, la carne roja atrapada tras el muro.

06/01/2022
nines

Destapaba su deseo y desnudaba su alma, pero siempre tuvo miedo  .Amalia creció en una familia de valientes pero a ella le tocó aprender a gestionar esa emoción de una manera lenta ,como se cuecen los guisos a la lumbre.

Desde hacía poco tiempo se levantaba cada mañana con el propósito de enhebrar valentías, esas mismas que veía por doquier y a ella se se deshilachaban en la primera puntada a pesar de que se afanaba en vertebrarlas .

Sin embargo sí se mostraba alegre y su semblante no se apreciaba ni trasmitía el menor gesto de tristeza ni enfado.

Y en una mañana de abril  empezó  a bordar a mano una colcha con hilos de seda de colores .A conciencia la  bordó y en cada puntada observaba que no se deshilachaba.

Cada noche  Amalia se tapaba y arropaba  con ella .¡ Por fin algo que no se deslichaba entre sus manos!.

 Y con el paso de los años aprendió a dar puntadas con buen hilo y a hilvanar antes de empezar a gestionar.

 

07/01/2022
charo

Y con el paso de los años aprendió a dar puntadas con buen hilo y a hilvanar antes de empezar a gestionar. Su problema es que pasaron demasiados años, Josefa fue una niña demasiado sensible, una niña con sufrimiento continuo, al hacerse adolescente se creía que su vida iría a mejor y fue todo lo contrario, seguida sin saber hilvanar sin dar una buena puntada , aun sabiendo como lo tenia que hacer, su mal pulso no la dejaba ,pasaron muchos años hasta que por fin hilvano , empezó a dar puntadas y a liberarse de todo aquello que la hacia mal, un mal terrible que la hacia pensar en que la vida no tenia sentido alguno, la gestión y liberación fueron al principio como un duelo, a cada puntada de daba , era un duelo mas, sentía un terrible dolor, pero una gran liberación.

08/01/2022
nines

Con más temor que otra cosa, Irene montó en el catamarán  para avistar delfines en la isla donde pasaba sus vacaciones. Viajaba sola por primera vez  y  quiso regalarse ese viaje  tras un año durísimo de trabajo.

Con una vegetación exuberante , cada uno de sus rincones del lugar  era una postal para enmarcar. Desde la terraza de su habitación de hotel la primera imagen que veía al despertar se conjugaba con sonidos y olores creando una sinfonía preciosa.

Además, los restos arqueológicos que tanto la entusiasmaban tenían un magnetismo superior a cualquier fotografía que había visto  mientras preparaba su viaje. . Cerraba los ojos  y se imaginaba  el lugar en todo su esplendor histórico.. es  casi imposible describir tanta felicidad.

La cocina internacional del hotel era exquisita pero ella prefería mezclarse con la gente y comer en sitios done se reía alrededor de la mesa.  Tras una celebración de esas  , separon las mesas  para empezar un baile grupal. Ni corta ni perezosa, se unió a ellos  y entre  saltos y vueltas improvisadas..... se llevó las manos a la espalda  para dibujarse unas alas.